Día 18. "Ay mami, pero què volen aquesta gent?", me pregunta ella muy enfadada. No conoce a Maria del Mar Bonet, ya lo hará, y está sentada en mi ordenador tecleando a dos dedos una carta para su profesora. Le hemos mandado algunos de los ejercicios propuestos por el cole esta semana: una imagen de marionetas para hacer un teatro de sombras chinas, un plano detallado de su habitación y una foto de ella sosteniendo su bote de los deseos. Cada día escriben uno y lo meten dentro, yo hice los honores inaugurales poniendo "una caña en un bar" y "una pizza con salami picante fabricada por profesionales" en los dos recipientes. Ellos anotan distintas versiones de un único deseo: jugar con sus amigos y volver al cole. Ella le está escribiendo una auténtica carta de amor a su maestra y sobre sus palabras tiernas aparecen una y otra vez avisos de correos electrónicos que me dirigen distintas empresas de ropa. Qué pesadez. No puedo eliminar la función por si me llega algún mail útil. Pero por mí se podrían tomar un descanso: estoy pensando seriamente pegarle un tijeretazo a las cinturillas de los distintos chándales cedidos y color ala de mosca que constituyen mi atuendo teletrabajador esta cuarentena, ese es mi nivel "próxima temporada". No me hace falta brilli brilli, ni camisetas de primavera, ni zapatos de tacón, y el único complemento de mi look es un turbante para no verme las raíces. No adquiero, gracias. El otro día en el híper intenté comprarle unas zapatillas de andar por casa a la niña, porque sigue tropezando media docena de veces al día, pero las estanterías están selladas por no tratarse de artículos de primera necesidad. Nos apañamos, sí, pero si esto se alarga como auguran no estaría de más que Pedro Sánchez considere el crecimiento de los pies infantiles en un mes. "Me van súper cómodas", me dice él, mostrando feliz sus deportivas "dedos fuera".
