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Lletra menuda

El esfuerzo y la atención distante

A menor población, mayor severidad en el confinamiento. Es el aislamiento agudo del choque de la fragilidad del servicio público con la saturación de sus medios exprimidos por la lucha contra el coronavirus. Y siguen diciendo, todavía, que lo peor está por llegar.

En los pueblos pequeños no hay un tenor que te cante en el balcón y los aplausos del atardecer no tienen la consistencia suficiente para producir ecos de ánimo y alivio. El confinamiento rutinario adormece las horas, es más severo. La comprensible concentración de servicios sanitarios en lugares de mayor población no hace más que incidir en una desolación que puede ir más allá de lo físico y temporal.

En cada unidad básica de salud queda un solo administrativo para canalizar información. Los sanitarios han ido a arremangarse a los PACs donde no les falta estrés. Pero los pueblos pequeños son los que tienen los índices de población más envejecidos, con ventaja. Ahora, para los achaques de siempre, el mal sobrevenido y los nuevos miedos de la pandemia, el médico está al aparato, sea teléfono o pantalla, para unas generaciones que no son precisamente las de los nativos digitales. Es un tipo de consulta que requiere apoyo familiar y más desconcertante que balsámica para unos jubilados necesitados de trato directo.

Hay urgencias y prioridades, ya lo sabemos. Es más técnico y rápido, pero la atención a distancia también es menos humana y poco reconfortante.

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