"Llevo muy mal que Silvia y su hermano mayor aún no se hayan conocido, esperaba que este momento fuera muy especial". Lo dice Eva Martínez, que dio a luz hace escasos días en Son Llàtzer a su hija, Silvia Mesas. Así es la situación de los bebés que han nacido poco antes o durante el estado de alarma, confinados desde sus primeros días de vida. Solo conocen la piel cálida de sus madres, y también la de sus padres. Pero no conocen a sus hermanos, tampoco a sus abuelos o tíos. En sus casas, no hay ni visitas de familiares ni de amigos ni tampoco de personal médico, a no ser que haya alguna urgencia. Nada de los primeros paseos bajo el sol. La pandemia, y su consecuente estado de alarma, no les permite, de momento, conocer más que lo que será su hogar, su pequeño mundo; y les regala un tiempo extra junto a sus progenitores. Y, aunque son momentos mágicos, también están cargados de soledad, miedos e incertidumbre.

Cati Riera y Alejandro Castellas, residentes en el municipio de Vilafranca, son padres primerizos. Riera dio a luz a Lucas en Son Llátzer el 14 de febrero. Hace poco más de un mes todo era diferente, pero la situación actual les preocupa, ya que el padre de la criatura sigue con su jornada laboral: "Alejandro trabaja de cara al público, algo que, aunque utilice los equipos de protección recomendados, hace que tanto el bebé como yo estemos expuestos al riesgo de infección", señala la madre, que asegura que no ha salido de casa ni un día desde que se decretó el estado de alarma y que es el padre quien se encarga de ir a comprar o a la farmacia, y que "cuando llega a casa sigue algunas pautas de desinfección para estar con nosotros". Sin embargo, y eso les apena, intentan que el contacto entre el padre y el bebé sea mínimo para evitar un posible contagio: "Eso nos pasa factura, porque no podemos estar como antes, abrazados o en contacto con Lucas más tiempo". Además, Riera explica que tuvo un embarazo complicado, así que estuvo reposando mucho ya en casa. "Pensaba que todo sería distinto cuando naciera Lluc. Yo ya estoy acostumbrada a estar en casa, aunque se hace más difícil con un bebé de un mes y medio que está muy espabilado y despierto la mayoría del tiempo. El padre tampoco se imaginaba esto. Su familia está en la península y deseábamos viajar para que conocieran al pequeño. De momento, no puede ser", lamenta. Su manera de llevar mejor el confinamiento es pensar que "un día más es un día menos".

Otra cosa que echan en falta es la ayuda familiar y del círculo de amistades, algo en lo que coinciden los padres de Júlia Cabanillas, también primerizos. Ellos son Clàudia Soberats y Julián Cabanillas, y viven en sa Pobla. La pequeña nació el 21 de marzo, en el Hospital d'Inca, y sus padres señalan no tener ningún tipo de ayuda durante estos primeros días es la "parte más dura" de esta situación: "Somos nuevos en este mundo y dábamos por hecho que la familia nos ayudarían y guiarían. Es duro no tener este apoyo. No obstante, aprovechar las redes sociales para comunicarnos lo hace todo más llevadero". Les ayudan, desde la distancia, sus madres y amigos, y solo sale de casa Julián cuando tiene que ir a hacer la compra, ya que por suerte ambos disfrutan del permiso de maternidad. No esconden, sin embargo, que tienen miedo: "No sabemos qué puede pasar en caso de contagio ni cuánto va a durar esto. Sentimos impotencia ante el desconocimiento de la situación", detallan, y también les preocupa que esto pueda afectar al desarrollo cognitivo del bebé.

Eva Martínez, que tiene un niño de dos años y medios, cuenta lo diferente que ha sido su experiencia del segundo parto de la del primero. Para empezar, en la última cita de control de embarazo en el PAC de Marratxí, poco antes de la declaración del estado de alarma, ya le dijeron que, a partir de ese momento, no podía volver al centro sanitario, donde solo podría acudir en caso de tener una urgencia o ponerse de parto. El seguimiento, desde entonces, fue por teléfono. A la semana 39 del embarazo tuvo una revisión, "la niña pesaba mucho, y en según qué casos te ingresan para inducirte el parto". Volvió a casa, pero con una sensación extraña: "Yo soy partidaria de que el parto sea lo más natural posible, de que el bebé nazca cuando esté preparado... Pero en esta ocasión deseaba que me ingresaran porque tenía miedo que se colapsara el hospital. Me dijeron que no me preocupara, que la parte de maternidad no se colapsaría. Pero tenía miedo", relata. La ingresaron una semana después y le indujeron el parto: "Me alivió saber que me inducirían el parto, yo necesitaba que mi hija naciera, ver que estaba bien. Durante el parto noté que el personal sanitario iba mucho más protegido que en el primero, y en el momento de la expulsión la comadrona y el enfermero se pusieron un traje especial. Eso me impactó bastante", cuenta Martínez, que ya está en casa son su marido, Juan Mesas, y la pequeña Silvia, deseando que el hermano mayor de la recién nacida pueda conocer cuanto antes a su hermanita.

El primer viaje de Ona

Ona Server nació en Barcelona el pasado 7 de marzo, en el hospital Vall d'Hebron. Su madre, Neus Server, de sa Pobla, hace años que reside en Catalunya junto al padre de la niña, Mada Popescu. Aunque la madre y la hermana de Server viajaron a Barcelona durante los días previos y siguientes a que hubiera dado a luz, la situación nacional por el coronavirus iba empeorando y pronto tuvieron que tomar una decisión. Volaron a Mallorca, con la recién nacida de ocho días, un día antes de que se decretara el estado de alarma: "Mi familia ya tenía billetes comprados para venir a Barcelona, pero decidimos venir nosotros. Los padres de Mada [que aun no han podido conocer a su nieta] viven a dos horas en coche de la ciudad. Es más práctico estar en Mallorca en caso de que necesitáramos ayuda", cuenta la poblera, que reside ahora en una finca en Pollença. La bebé llegó al mundo unas dos semanas antes de lo previsto, algo que ahora su madre agradece: "Si no hubiera sido así, ahora estaríamos en Barcelona". Cuenta Server que en el avión se encontraron con otra pareja, de Pollença, con un recién nacido de 17 días que también viajaba a la isla por los mismos motivos: más ayuda y más seguridad.

Neus Server sabe la suerte que tiene de estar en el campo y poder gozar del sol y el aire libre en casa. Aun así, ella y Popescu echan de menos relacionarse con la gente: "Sobre todo, al grupo de mamás que conocí en Barcelona. La compañía de gente que está en tu misma situación, hacer piña, es importante", señala. Por suerte, un pediatra y un enfermero del PAC de Pollença se movilizaron hasta su casa para hacer una revisión a Ona, algo que en Barcelona fue imposible: "Nos cancelaron todas las citas que teníamos , era casi imposible que te cogieran el teléfono", lamenta la madre, a quien también le apena que aún haya miembros de su familia, y de la del padre, que no conozcan a la recién llegada: "Me da mucha pena que no todos conozcan a mi primera hija, ahora hay que tener paciencia y esperar que pase rápido".

Sin visitas al médico

Todas las madres entrevistadas por este diario explican que, desde sus respectivos centros sanitarios, les han anulado todas las citas, recomendándoles que se queden en casa. En caso de tener dudas o necesitar ayuda, las consultas se harán por vía telefónica. "Nos dijeron que si la niña comía y hacía pipí y caca bien, no vendría a casa ni siquiera la comadrona, que cuanta menos gente de centros hospitalarios vea a la niña, mejor", explica Martínez. Son medidas preventivas para evitar qualquier riesgo de contagio. "Nos han recomendado que extrememos las precauciones porque su sistema inmunológico no está suficientemente desarrollado para batallar contra este virus o cualquier otro", menciona Soberats.

Marcados por el encierro

Aunque los bebés nazcan sanos, la crisis sanitaria global ha marcado sus primeros días, a la espera de cuanto se alargue el estado de emergencia. Sus familias no los conocen, y el contacto con ellos se reduce a mínimos incluso en su núcleo familiar más cercano, como con sus padres o hermanos. Las madres extreman la higiene, personal y del recién nacido, pero algunas se preocupan por si todo esto afecta a su desarrollo cognitivo, al no estar contacto con más humanos que sus progenitores, y al no recibir estímulos más allá de su hogar.