La imagen es desoladora y el silencio que se respira, todavía peor. Terminales desiertas, algún viajero despistado, pantallas de información vacías y una sensación desconocida y chocante. El bullicio de antaño se ha convertido en sigilo; el trajín, en aflicción. Son Sant Joan, el tercer aeropuerto de la red Aena, sobrevive a duras penas tras la alarma por el coronavirus. La cancelación de la mayoría de vuelos que conectan la isla con el resto del mundo ha pasado factura a una base ahora fantasma.

Apenas una decena de pasajeros transita por los desérticos pasillos de la terminal. La mayoría a la espera de tomar ese vuelo que les devuelva a su ciudad de origen. Los ERTE han arrasado la isla y con ello a toda su población. "Tengo un vuelo a Madrid esta noche, pero ya he venido al aeropuerto para comprobar que no hay ningún problema porque en los últimos días he visto que ha habido muchas cancelaciones", asegura Gabriel Romulescu, residente en la isla y afectado por un expediente de regulación temporal de empleo. "Aquí ahora mismo ya no pinto nada y, hasta que todo vuelva a la normalidad, lo mejor es estar con la familia", reconoce pesaroso.

No todos los viajeros van ataviados con mascarillas, pero en el único control de seguridad que sigue en pie, sí guardan los protocolos establecidos desde la expansión de la pandemia. A Giorgio Parapini, residente en Menorca y de origen italiano, le pilló la crisis fuera de las islas. "Mi intención era regresar a casa en Bérgamo para estar con la familia (la ciudad es el epicentro de la provincia más afectada de la región de Lombardía), pero lógicamente no me han dejado. Los aeropuertos allí están totalmente cerrados, así que no me queda otra que regresar a Menorca", reconoce. Pese a todo, Parapini dice sentirse un "afortunado". "Toda mi familia está bien pese a los miles de afectados que hay en Italia. No puedo verles, pero ahora mismo la salud es lo más importante", señala.

En Son Sant Joan salen más aviones de los que entran, en un goteo que día tras día va cerrando el grifo. Las cancelaciones de vuelos se suceden y hacen, si cabe, todavía más lúgubre el panorama. El pasado sábado llegaron al aeropuerto de Palma únicamente 474 pasajeros, mientras que otros 1.378 salieron de Mallorca en los distintos vuelos programados. El domingo los números volvieron a bajar: se fueron 374 y salieron solo 754.

Hace hoy una semana el archipiélago se blindó por orden del ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana en el BOE. Un clamor de la sociedad balear que, visto los últimos datos de infectados en las islas, parece que ha surtido algo de efecto. Desde el pasado martes, las aerolíneas solo pueden operar un máximo de un vuelo diario por compañía a Palma. Los jets privados, tanto nacionales como internacionales, también se han cancelado.

Las restricciones dentro del aeropuerto también se han intensificado y ayer por la mañana, por ejemplo, solo podían acceder al recinto aquellas personas con tarjeta de embarque o trabajadores con su respectiva identificación. Al mediodía la medida ya había sido suprimida. "Aquí nos olemos que todo esto pronto cerrará completamente y creo que será lo mejor", resalta Juan Francisco Ortega, trabajador de la empresa Interserve, encargada de dotar al aeropuerto de los carros para el transporte de equipaje. Su rutina diaria ha dado un vuelco radical desde la llegada del Covid-19.

"Antes me tenía que preocupar de que no faltara ningún carro en ninguno de los puntos de recogida, ahora la prioridad es desinfectarlos uno a uno, minuciosa y diariamente", asegura mientras no deja de darles brillo con un paño empapado en lejía. Han retirado de la terminal cientos de ellos, primero porque ya no son necesarios y segundo, para facilitarles el trabajo. Solo quedan 30 carros en salidas, otros 30 en llegadas y 60 en el aparcamiento.

Los aeropuertos de la red Aena en toda España registraron este domingo un total de 805 operaciones, lo que supone un 84% menos que el mismo domingo de la semana anterior y, todo ello, a las puertas de la Semana Santa. Los taxistas, por su parte, esperan con desánimo en la cola. Solo tres conductores aguardan la carrera. Gaspar Rodríguez, al mando de uno de ellos, acaba de dejar a un cliente en la terminal: "Somos casi un 80% menos trabajando y aún así sobramos más de la mitad". "Palma es un solar, da miedo conducir por la ciudad y evidentemente se nota que hay muchas menos carreras hacia el aeropuerto", reconoce. A su lado, en el asiento del copiloto, descansa un pequeño bote de alcohol etílico. "¿Y qué vamos a hacer? Intentamos tomar todas las medidas posibles. Cada vez que entra y sale un cliente froto bien la manilla para evitar futuros contagios, es lo mínimo", señala.

De los 86 vuelos con origen en Palma programados para ayer, desde los puntos de información del aeropuerto aseguraban que no saldrían más de 20 y señalaban las pericias y el gasto de combustible que la crisis del coronavirus están provocando. "Aquí llegan muchos vuelos completamente vacíos, porque es necesario que luego salgan desde Mallorca con destino a otras ciudades, pero el malgasto de combustible para las aerolíneas es brutal", indicaban.

Lo único que no ha cambiado en un aeropuerto que todavía se resiste a quedar completamente aislado es el trabajo en la reforma del mismo. Tres operarios se las ingeniaban ayer al mediodía para colocar unas mamparas con las que aislar el pasillo que rodea la terminal de llegadas con el exterior. Sin prisas, pero sin pausa. Para ellos todavía no ha desembarcado la pandemia.

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