Ha pasado solo una semana y hemos anulado de buen grado numerosas actividades de socialización. Un jubilado como el que firma este artículo ya ha suprimido comidas mensuales con el Imperi del Mal -nueve periodistas tan perversos como blandengues-, cenas semanales con la Confraria del Mercat de Alaró, conciertos de la Simfònica y de Els Matins de l'Orgue, cursos de cocina vegetariana y de ópera con Xisco Bonnín, ha pasado consulta telefónica con la endocrino... Todo de buen grado. Todo por la salud global. Un esfuerzo mínimo comparado con el de sanitarios, fuerzas de seguridad, transportistas o vendedores de comercios, por citar solo unos pocos ejemplos de gente que afronta la crisis en primera línea.

Nadie, salvo que fuera muy iluso, pensaba que el confinamiento finalizaría el 29 de marzo. Todos dábamos por descontada la prórroga. La duda es, ¿hasta cuándo?, ¿mediados o finales de abril?, ¿nos adentraremos hasta muy avanzado mayo?

Desconocemos cuánto tiempo nos queda de retención en casa. Esta situación individual o familiar causará irritabilidad e incluso una cierta angustia, pero se puede sobrellevar. Resistir, por citar la palabra de moda. La cuestión esencial es hasta cuándo aguantarán las gigantescas redes que sostienen una sociedad que se ha mostrado vulnerable ante el ataque de un microscopio.

¿Cuánto tiempo y qué volumen de enfermos puede atender el sistema sanitario? Los grandes esfuerzos se han centrado hasta ahora en frenar la propagación del virus para evitar el colapso. La cuerda ya está muy tensada y habrá que seguir trabajando para impedir que se rompa. Se falló al principio. Ninguna comunidad autónoma -ni socialista ni popular ni nacionalista- pensó en abastecerse con las mascarillas o los test de detección del coronavirus cuando hace poco más de una semana aún tenían plenas competencias sanitarias. Sus lamentos de hoy pretenden ser una vacuna política frente a las críticas ciudadanas. El Gobierno y los científicos hablaban de una gripe leve.

¿Cuánto resistirán las líneas de abastecimiento y transporte? No puede fallar ninguno de los eslabones: la producción, la comercialización, el traslado, la venta minorista... La psicosis social es casi siempre irracional. Lo demuestra el acaparamiento de papel higiénico y otros productos que se produjo los dos días anteriores al estado de alarma. Habrá que trabajar a fondo para que no se produzca una escasez real, pero también para fortalecer la mentalidad colectiva y evitar brotes de insensatez comunitaria. Se tendrá que combatir a los falsos profetas del Apocalipsis y a los propagadores de bulos para que se mantenga la tranquilidad.

Y el día que acabe la epidemia sanitaria, comenzará la económica. El autónomo sin ingresos durante al menos un mes no tendrá dinero con el que comprar en la gran superficie. El inquilino no podrá pagar al propietario y este se quedará sin un ingreso extra o esencial. Las vacaciones se irán al garete. La cultura pasará a ser un bien aún más superfluo. El consumo se reducirá. El ocio se limitará... Comenzará un nuevo confinamiento. En este caso por la escasez de dinero para gastar.

Derrotar al virus solo será una batalla de una guerra. Como en el caso del confinamiento, nadie puede predecir cuándo acabará ni cuántas víctimas dejará.