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Diario de una madre teletrabajadora

Una caja para personas mayores

Una caja para personas mayores

Día 5. Salgo a la calle por primera vez en cinco días y vuelvo eufórica del supermercado porque he cazado una anécdota divertida para contarles, que hoy estaban algo mustios. "Han puesto una caja con prioridad para personas mayores. La cajera le ha dicho a un señor que pasara, y él primero hacía como que no le oía, y luego otras personas se han puesto a señalarle y a gritarle que pasara, y él ¿es a mí?, todo ofendido, yo puedo esperar perfectamente". Me troncho. "No lo pillo", me dice él. "¿Y tú has ido a esa cola de pagar de personas mayores?", me suelta ella. "Yo no soy taaan mayor". "Ayer hablabas del tinte con la tita". "Era de broma, una amiga le había dicho que cuando pase esta cuarentena se va a saber quién es rubia natural". Me parto. "No entiendo qué es una rubia natural", contesta y yo añoro mucho a mis compañeros de mesa para compartir chistes de adultos, cuanto más bestias y más negros mejor. El teletrabajo es aburrido. Y si se desarrolla en una cocina con el sonido del lavavajillas de fondo, el sopor está garantizado. Por suerte, las empresas de televentas no respetan ni la hora de la siesta, decretada para los pequeños con el fin de rascar noventa minutos de silencio, y siguen llamando al fijo. Corro por el pasillo y como he cometido el error de quitarme los crocs me clavo en el pie la cabeza de un playmobil. Descuelgo, y aunque no hay absolutamente nadie al otro lado suelto una tanda de insultos e improperios, para liberar tensiones. No sabemos quién se comió el pangolín, pero el ser infecto que creó los programas que siguen llamando a las casas donde todo el país vive enclaustrado también es culpable. "Has dicho muchas palabrotas. Te he oído perfectamente porque yo no me duermo. Me quedo vigilando y escucho cómo escribes", me dice él, sonrosado y recién levantado, y me pide que le ayude a poner el pelo a la cabeza del playmobil.

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