Diario de Mallorca

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Diario de una madre teletrabajadora

Ojalá tuvieras casa con jardín

Ojalá tuvieras casa con jardín

Día 4. Buscando motivos de celebración que rompan la monotonía, ayer festejamos su séptimo y tres meses cumpleaños con la película Pan y palomitas de microondas, y hoy toca el día del padre, sin complejos. Añadimos a nuestro ritual de ejercicio físico consistente en subir y bajar las escaleras todas las veces que podamos (ellos cinco y yo tres), una estancia más larga en el terrado con aperitivo. Zumo de piña ellos y una cerveza sin alcohol para mí. Maldigo en mi interior el momento en que pude escaparme al híper el lunes, y sabedora de que este encierro acabará con tres años de pilates y rigor dietético, elegí las latas azules y no las de los colores de la felicidad. Pero ya no tiene arreglo. Añado aceitunas rellenas y les dejo subirse el patinete. Nuestro terrado es una espacio desaprovechado y maravilloso: cualquier nórdico se instalaría en él, pero nosotros tendemos la ropa. Se ve el mar, la Catedral, la Bahía, cosa que no impresiona a los dos pequeños mallorquines, acostumbrados al paraíso desde la cuna. "Qué suerte tenemos de vivir aquí", les digo. "Somos los únicos del vecindario sin jardín", se queja él en tono lastimero. No se lo tengo en cuenta porque sufre vértigo, y camina pegado a las paredes sin mirar para fuera. "Y nuestra casa es la más pequeña de todas. Si fuese grande no tendríamos que recoger todo el tiempo", le apoya ella. Recoger es la madre de todas las batallas. "Lo bueno de nuestra casa es que no tiene hipoteca", zanjo. "No lo pillo", responde él. Le cuento que el banco te presta dinero, que le has de devolver. "Pues no se lo devuelves y pus", dice resolviendo de un plumazo todas las crisis sociales del mundo. "Y te encierran en la cárcel y no puedes salir", contraataco. "Pues como nosotros ahora".

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