La primera víctima de la guerra es la verdad, y la primera víctima de las catástrofes es la autocomplacencia. En la guerra catastrófica contra el coronavirus, Mallorca ha pagado el falseamiento de los datos y la suficiencia comprimida en la jaculatoria "solo tenemos un caso, y encima es extranjero, y además se contagió en otro país".

En lugar de utilizar el aviso del inglés de Marratxí como un detonante para afrontar la mayor pandemia del siglo, el Govern minimizó su impacto. Al dispararse los casos ya durante este mes de marzo, prosiguió la política vigente de disuadir a los candidatos a las pruebas que confirman o descartan el coronavirus, a riesgo de facilitar la propagación al grito de "es una gripe más".

La táctica de mantener a los sospechosos alejados de la atención ha dejado de funcionar, ante la proliferación de la pandemia cuyo empuje se relativizaba en febrero. Durante la última semana puede hablarse de una auténtica explosión del número de enfermos. En concreto, se ha multiplicado por ocho. Este salto de 21 a 169 no refleja una súbita eclosión del coronavirus, sino que desenmascara las maniobras desarrolladas para ocultar su progresión. Esta contradicción ha sido admitida a escala estatal por el Gobierno a través de su portavoz Fernando Simón, que reconoció la tacañería en el número de pruebas.

Durante seis días consecutivos, Balears ha registrado un aumento de una veintena de casos diarios, incluso respetando el preceptivo descanso dominical. Los diques saltaron ayer jueves, porque los 57 nuevos casos no solo suponen un aumento espectacular del cincuenta por ciento, sino que doblan prácticamente la extensión del contagio admitida por el Govern hace solo dos días. De nuevo, esta propagación no se debe a un empeoramiento súbito de la situación, sino a la ceguera con la que se trabajó deliberadamente durante semanas.

El Govern aplica a estas cifras una corrección debida a un "error de sincronización" con el ministerio, otra aportación mistificadora al esoterismo reinante en un campo numérico. Aun admitiendo el ajuste, que por supuesto es favorable a las tesis del ejecutivo de ocultar la magnitud de la infección, el aumento reconocido solo ayer duplica la de por sí preocupante pauta establecida en fechas recientes.

Al igual que los dos casos admitidos a principios de marzo eran ficticios, la cifra real multiplica en la actualidad los 169 enfermos reconocidos. Una estimación sería tan irresponsable como la política de infravaloración de la epidemia, pero profesionales médicos establecen niveles alarmantes de difusión.

El Govern reconoció ayer la realización de 1.275 pruebas, por lo que uno de cada ocho sospechosos investigados da positivo. Tampoco aquí cabe la extrapolación al millón largo de habitantes de Balears, dado que solo se analiza a sospechosos, pero la proporción ridiculiza a los 169 casos confesados.

Pese a la evidente sobrecarga del laboratorio de Microbiología de Son Espases, la cifra de investigados es insuficiente para ser representativa. Corea, que se toma como referente de la correcta gestión de la pandemia, ha efectuado los test a cinco mil personas por cada millón de habitantes. Si sirve de consuelo, Estados Unidos no llega a cien pruebas por millón, una alegría analítica que ya está pagando.

El clima de emergencia ha aparcado el turbulento mar de críticas, que estallará en cuanto amaine la pandemia. ¿Acabará por imponerse la dramática verdad? No ocurrió en Sant Llorenç.