A las diez y media de la mañana [de ayer, martes], en el municipio de sa Pobla las colas más significativas se ven en los estancos, no en los supermercados. La Plaça Major, punto neurálgico de la vida social del pueblo, luce muy diferente a la semana pasada. Los espacios con más actividad son los bancos y las farmacias, solo algunas personas cruzan por delante del Ayuntamiento con grandes bolsas de la compra, aún por hacer. Nada queda de los bares, el olor a croquetas, variat o a segundo café de la mañana.

Jaume Mir, de Casa Miss, ayer, posa para este periódico. C. Darder

Vigila los pocos viandantes que pasan por allí el jefe de la Policía Local del municipio Antoni Borràs: "La gente que se mueve es porque va al trabajo o a comprar", señala, aunque revela que ya han sancionado a seis personas. "Estos días hemos estado avisando e informando a todo el mundo de que tenía que quedarse en casa. A los que nos hemos vuelto a encontrar por las calles les hemos sancionado", asegura. Se une a la conversación el regidor de Seguridad y Agricultura Sebastià Franch y, minutos después, el alcalde de sa Pobla Llorenç Gelabert. Todos guardan la distancia de seguridad entre ellos mientras charlan: "Son unos días un poco raros, pero esto pasará si nos portamos bien", apunta Gelabert.

En la tienda Cas Cotxer, una de las mercerías del pueblo, Martí Mestre espera a las puertas de su negocio a los repartidores. "Tengo cerrado", se apresura a decir, "he vaciado los escaparates porque no sabemos cuándo podremos volver a abrir, y espero un paquete. ¿Cómo puede ser que los repartidores repartan, tengo que estar aquí todo el día?", se queja Mestre. Otra de sus preocupaciones son los pagos: "A ver si salen algunas medidas para que retrasen los pagos de la Seguridad Social". Sobre todo en lo económico, la incertidumbre es máxima.

Pasa por allí una mujer con guantes y mascarilla. Es Sagrario Valverde, una de las trabajadoras del Bar Esportiu: "Vengo de la Sala Rex para pedirles que le traigan la comida a es padrí, no es familiar mío pero es un señor que está solo aquí, porque su familia está en Palma, cuenta. Valverde le llamó el primer día de confinamiento, y el señor le dijo que no había cenado. Al día siguiente, ella le llevó la comida, y ayer decidió hablar con el catering para que es pradí tenga comida cada día. Quizás, para algunos, lo mejor de esto es que descubren que no están tan solos.

A escasos metros, Jaume Mir, contempla el silencioso y vacío paisaje a través de la reja entreabierta del bar de sus padres, Casa Miss. "Estamos haciendo una de esas limpiezas que son más que a fondo", dice, "verás cuando acabemos, no sabremos qué hacer", lamenta, medio en broma medio en serio, mientras ojea un periódico y recuenta el número de casos confirmados de personas infectadas por coronavirus en Balears.

"Nunca había visto nada igual"

Las gaviotas, el viento y las olas del mar muriendo en la orilla, además de las máquinas de algunos albañiles. Es lo que se escucha un mediodía [también el de ayer] de confinamiento en el paseo del Port de Pollença. El cielo está nublado, así que el tiempo no acompaña a la desobediencia.

Antonella Casciato pasea a Kiba, su perra. Es italiana y vive en el puerto desde el verano pasado. No tiene miedo al virus y dice que no ha visto a casi nadie por la calle, "Lo de Italia ha asustado a la gente", señala. No se aburre, hace meditación y sale a pasear a Kiba al menos dos veces al día: "Nunca se cansa", apunta mientras la acaricia.

Pocos minutos después pasa, a la altura del hotel Sis Pins, Teresa García Lillo junto a su perra Auba. "Vengo de por La Gola y no me he encontrado con nadie. La playa está desértica", dice, apelando al buen comportamiento de sus vecinos: "Nos estamos portando muy bien. Los primeros días la gente estaba un poco más desorientada, pero ahora ya sabe todo el mundo lo que toca. Yo vivo aquí y no veo a casi nadie pasar a no ser que estén paseando a sus perros o yendo a comprar", comenta orgullosa. Y también sorprendida: "Yo nunca había visto nada igual... Mi madre quizás, que me hablaba de los tiempos de la guerra. Pero esto, hoy en día, es impactante". Llega a casa, y señala desde su portal el horno al que va cada mañana a comprar el pan, donde ayer por la mañana "tampoco había tanta gente". Se despide; es hora de comer.

El paseo marítimo de Alcúdia también está despejado de viandantes. Ni siquiera en la playa de Alcanada, donde siempre hay alguien haciendo deporte, se ve un alma. De las personas que salen a la calle -sea sa Pobla, Pollença o Alcúdia-, hay tantas con mascarillas como sin. Muchas alargan su viaje a la farmacia o al estanco, aprovechando ese rato fuera para que les dé el aire, pero casi todas se miran: cualquiera es sospechosa en tiempos de confinamiento.

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