Son Sant Joan agoniza. El tercer aeropuerto de la red de Aena no sabía ayer cuántas horas de actividad le quedaban. El área de salidas sigue en ebullición, pero con ambiente enrarecido: todo el mundo se quiere marchar, viajeros y trabajadores. Priman un silencio contenido y las prisas por asegurarse un asiento en un avión. En las pantallas de Aena se iban multiplicando las cancelaciones, sobre todo de vuelos nacionales: Madrid, Barcelona, Menorca, Eivissa, Valencia, Zaragoza, Asturias, Jerez, Praga. De los 272 vuelos programados que había, se fueron cayendo hasta 36 por la mañana y por la tarde ya sumaban 67 para los tres aeropuertos.

El turoperador Jet2 Holidays tenía desplegado un elevado número de personal para ir atendiendo a sus clientes, la aerolínea británica quiere dejar de volar hoy. Con sus chaquetas rojas, se convirtieron ayer en la mayorista con mayor presencia en el aeropuerto de Palma. Con rostros compungidos, rechazaban hablar con la prensa.

También la seriedad y la preocupación era la tónica reinante entre los trabajadores de Trablisa, a cargo de los filtros de seguridad en Son Sant Joan. Se cerró uno de los dos accesos y todos los viajeros pasaban por el mismo lado para ir hacia las puertas de embarque. "No se cumplen las distancias de seguridad", denunciaba una de las vigilantes. "Medidas de seguridad cero", añadía otra. "Ayer hubo 150 vuelos. Esto es un desastre", criticaba. "Armengol no se preocupa por nosotros. Tendría que haber servicios mínimos", se quejaba, sin mascarilla y sin guantes, mientras los viajeros circulaban apelotonados en fila los viajeros circulaban apelotonados en fila dejando sus pertenencias en las cajas, como cualquier otro día sin coronavirus.

La pasividad del alemán Michael Koppe, ciclista del equipo DKS que ha pasado ocho días en Alcúdia y esperaba con un amigo el vuelo que les llevaba de vuelta a casa, contrastaba con la celeridad con la que caminaban los turistas del Imserso que se van tras una semana en la que desde el viernes ya no pudieron disfrutar de las excursiones programadas. María Jesús y Asun, de Zaragoza, quisieron adelantar el vuelo, pero el sábado fue imposible. "Vinimos el lunes pasado sin miedo pero esto ahora es una barbaridad", reconocía Asun.

"Desde hace tres días estamos sin parar para sacar a grupos", explicaba una trabajadora de Mundosenior, del Imserso. "Les explicamos que guarden las distancias, esta gente es de hablarte muy cerca". Virginia Sanz, con destino Londres, veía como su amiga se quedaba sin volar por overbooking. José Pereira, trabajador fijo-discontinuo buscaba desesperadamente un vuelo a Sevilla.

La farmacia del aeropuerto, sin mascarillas, ni guantes, ni gel, estaba casi vacía. Como la zona de llegadas: totalmente muerta. Por la única puerta, la D, que permanece abierta, parece con mascarilla Ángel Fernández Vallés, ingeniero de minas mallorquín que trabaja en Perú. Tras sesenta horas de conexiones aéreas y 4.000 euros logró volver a la isla. Sálvese quien pueda del caos aéreo.