Las ansias de parte de la población por acaparar determinados productos durante las últimas jornadas provocó ayer que algunas superficies comerciales colgaran el cartel de 'cerrado por problemas de suministros', como en el caso de los Lidl. El supermercado Es Puig, en Can Bonet, anunciaba en Facebook que no abriría "por falta de género". Hay que recordar, no obstante, que tanto las autoridades como las empresas de distribución han insistido en que el abastecimiento está asegurado y que esas carencias son puntuales y debidas a "roturas de stock", que son repuestas en cuestión de horas o al día siguiente.

En el primer día oficial del estado de alarma, en los supermercados Eroski (como el de la avenida de Isidor Macabich) ya no quedaban aceite, pasta (ni macarrones ni espagueti ni nada), lentejas, garbanzos, tomate frito, maíz dulce o leche. Pero sobraba el papel higiénico, ese oscuro objeto del deseo de las últimas jornadas. Miquel Costa salía de ese súper sin harina, de la que ya no quedaba ni un kilo. La buscaba para su madre, una mujer mayor que tiene la costumbre de cocinar su propio pan.

En un solo día, ha cambiado radicalmente la política de acceso a los supermercados. Sin control durante los pasados días, se llegaban a concentrar cientos de personas en los estrechos pasillos, lo que los convertía en un potencial foco de contagio. En los Eroski (ni Lidl ni Hipercentro ni Mercadona abrieron ayer) se ha limitado el aforo, de manera que hay que hacer cola en el exterior si dentro hay determinado número de personas. En el de es Pratet, por ejemplo, un empleado controlaba que dentro no hubiera más de 25 clientes. Y todos los que entraran, tras guardar cola, debían ponerse unos guantes de plástico. Igual ocurría en una frutería de la calle Aragón, donde no se penetraba hasta que se vaciara el interior. En una panadería de es Pratet, un cartel especificaba que sólo permitían permanecer en la tienda a dos compradores al mismo tiempo.

Curiosamente, esa regulación no existía en algunas farmacias. En la de Vara de Rey bastaba con dejar metro y medio de distancia (que no debían tocar el mostrador), pero en dos filas paralelas separadas por menos de un metro.

Apenas hay negocios que no hayan colgado un cartel que advierta de su cierre y de que pronto volverán a atender. Pero también hay empresarios que se preguntan qué hay de lo suyo, por ejemplo, los mayoristas, que no tienen claro si las medidas contempladas en el estado de alarma les impiden vender sacos de cemento (es un ejemplo) al por mayor.

Sin embargo, hay otros negocios que según el Real Decreto sí podrían continuar su actividad con normalidad pero que han decidido descansar un par de semanas. Por ejemplo, clínicas dentales, algún estanco y varias peluquerías. Cristina se preguntaba cómo podría cortar el pelo en su local sin tocar a sus clientas o sin aproximarse a menos de un metro.

Cafeterías con horno, como Harinus, han clausurado la mitad del negocio. Un muro de mesas y sillas, a modo de parapeto, impide acceder a sus salones, pero los clientes pueden adquirir bollos o pan.

Pese a que se ha dispuesto que no se debe circular por la vía pública salvo en casos excepcionales, no faltaban peatones por Vila, muchos con mascarillas. En el parque de la Paz, cinco hombres charlaban amistosamente en el mismo banco, como si lo del Covid-19 no fuera con ellos. Quizás sean los perros los más agradecidos por esta epidemia: son la excusa perfecta de sus dueños para salir a la calle.