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Opinión

Lavarse demasiado las manos

Las autoridades simulan sorpresa y espanto, pese a que el coronavirus se había anunciado con trompetería y tambores

Illa concede credibilidad a las pésimas noticias pero, ¿quién se encarga de las buenas? efe

En concordancia con la corriente que atraviesa el pensamiento español de Unamuno a Bertín, el país más viril que viral ha transitado en un suspiro del "aquí no pasa nada" al "esto se hunde". El problema no reside en que Ortega Smith nunca hubiera imaginado que pudiera ser invadido por un coronavirus migratorio, sino en que esta concepción autoinmune era compartida por toda la sociedad. Si el bicho no respeta ni al Vox de las esencias,...

El país ha perdidos dos meses lavándose las manos de la epidemia, para recibir al virus en un perfecto estado de revista. El lógico miedo evitaba plantear si se necesita un complicado enjambre sanitario para alumbrar propuestas pueriles de higiene. No todos los ciudadanos adquirieron conciencia de la duplicidad del ceremonial. Quienes en realidad se lavaban las manos eran los responsables de una prevención que les superaba.

El continuo lavado de manos ha debilitado las defensas cutáneas de las autoridades, que ahora simulan sorpresa, espanto o incluso algo parecido a la decepción con una ciudadanía tan floja de remos que se ha dejado conquistar por un maldito bicho. Cuando el ministro Illa anuncia fúnebre el lunes que la situación ha evolucionado a peor, vuelve a lavarse las manos para incriminar a sus súbditos enfermizos. El titular de Sanidad concede credibilidad a las pésimas noticias que refiere pero, ¿quién se encarga de las buenas?

En realidad, el coronavirus se había anunciado con trompetería y tambores. El racismo implícito no residía en un rechazo a los chinos, sino en operar como si se contemplara una enfermedad que solo afectaría a los nativos de ese país anticuado. De ahí la cuarentena xenófoba a que se sometieron unos pocos importados de Wuhan, mientras se mantenían durante semanas la barra libre de vuelos desde Italia, porque a un vecino latino no se le pide el ADN.

El país entero, más allá del Gobierno fragmentado, pensó que la epidemia se agotaría por sí sola en cuanto desembarcara en una sociedad que se lavaba las manos. El turismo y las finanzas debían prevalecer, la estrategia consistía en ralentizar las carísimas pruebas del PCR para detectar un número llevadero de casos.

Hoy se finge asombro al certificar que una discreta vigilancia de los aeropuertos superaba en importancia a lavarse las manos ordenando a la ciudadanía que se lavara las manos. El virus no ha derrotado a la población, sino al optimismo de pensar que no traspasaría la Gran Muralla como su predecesor SARS. O que no se atrevería a transmitirse a los seres humanos, como la letal gripe aviar.

Si sirve de consuelo, nadie en los últimos días ha escrito un artículo defendiendo que el Mobile debió celebrarse, aunque alguno de los campeadores de una feria barcelonesa con alto riesgo de infección debería haber pedido disculpas por su encendida defensa. Entre otras cosas, estamos al borde del confinamiento gracias a quienes piensan que una convicción granítica es el principal antídoto contra una infección.

Una vez aceptado el empeoramiento del estado de opinión colectivo, ayudaría que Nadia Calviño no insistiera a cada discurso en que el euro es más importante que los seres humanos. Por supuesto que tiene razón, pero hay verdades esenciales que conviene amortiguar para evitar una erupción de chalecos amarillos en plena contención fallida del coronavirus.

Mientras la muchedumbre atiborraba los estadios, con la pornográfica simultaneidad del desierto Juve-Inter y el atiborrado Betis-Madrid, en las altas cimas se debatía si los turistas son más importantes que los ciudadanos. O si los segundos podrían sobrevivir sin los primeros, en la versión tolerada para menores. Olvidaron que "los microbios siempre tendrán la última palabra", según un tal Pasteur. En todo caso, Calviño y sus tecnócratas solo deben anunciar cuántas muertes por coronavirus serían tolerables. No se escandalicen, la sociedad pacta unos mil muertos anuales en la carretera sin rechistar.

Retrocediendo al cambio climático, un apocalipsis que hoy parece trasnochado, si el colapso del planeta va a evitarse reciclando las basuras, ni es un riesgo planetario ni nada que se le parezca. Mutatis mutandis, si alguien piensa que el desafío de la primera epidemia de la globalización se resolverá mediante el lavado de manos, entonces es una amenaza trivial. Las simplificaciones funcionan ocasionalmente, pero acaban por derrumbarse. La mejor defensa contra la crisis en curso hubiera sido un reparto más equilibrado de la riqueza, pero los calviños tenían otros planes.

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