—Para que se haga cargo del tipo de entrevista: “¿Vendría de turista a Mallorca?”

—En principio, sí, porque me interesa conocer sitios nuevos, pero fuera de las puntas de verano, en las que se multiplica por dos la población residente.

—¿Por qué es insostenible el Índice de Presión Humana en Mallorca?

—Son dos millones de personas en verano. En territorios con este fenómeno descontrolado, el indicador social de que se ha superado el límite se registra cuando se despierta la conciencia en la población de que no está dispuesta a soportar los beneficios de la actividad turística a ese precio. Aquí se enciende la luz roja, y esta situación ya se ha producido en Mallorca.

—Entonces, ‘La indústria invisible’ se ha hecho demasiado visible.

—La llamamos invisible en el sentido de que la prestación de servicios es intangible, no es la fabricación de coches. El único criterio de aceptación turística es la satisfacción del cliente, que en Mallorca debió ser altísimo en los sesenta. Después vendrían la masificación y la intensificación.

— La “industria sin chimeneas” la llama Escarrer.

—Reivindican la faceta industrial porque la economía ha discriminado tradicionalmente a los servicios, pero el impacto que tiene sobre ecosistemas frágiles como Mallorca es muy importante. Hay que limitar el crecimiento.

—¿Cuál es la cifra racional de turistas en Mallorca?

—De entrada, debería descartarse por completo seguir subiendo las puntas de verano. En 1987 ya defendíamos con Onofre Rullan que había llegado la hora del crecimiento cero en número de camas, para aumentar solo en precios.

—¿Se podría construir una Mallorca de cuatro y cinco estrellas?

—De hecho, el Centro Económico y Social se lo impone como misión en el libro blanco 2030, aunque lo diga utilizando la palabra “excelencia”.

—¿Se viviría mejor en esta Mallorca “excelente”?

—Debería ser una isla de cinco estrellas en lo turístico, en las condiciones laborales, en lo medioambiental, lo social y el buen gobierno. Estas cinco puntas harían de Mallorca la Suiza del Mediterráneo.

—¿Cómo se puede saber cuánta gente duerme en Mallorca cada noche?

—Es muy fácil. Se estudia desde 1997, con los datos diarios de entradas y salidas por los puertos y aeropuertos de las islas. Así puede conocerse la presión, con la particularidad de que la punta de verano siempre ha ido a más, y ahora arrastra a la de invierno. Necesitamos cada vez más visitantes para ganar lo mismo.

—Si pudiéramos saber con quién duermen, el estudio sería perfecto.

—La información se da por islas , pero no desagregada en municipios.

—¿Cataluña premia el libro que Mallorca ignoró?

—Un profesor me decía que “no basta con tener la razón, los poderosos te la han de dar”. Hemos planteado una serie de hipótesis que han valorado en Cataluña y en Europa.

—¿Su libro dejaba espacio al coronavirus?

—Ojalá esta crisis acabe lo antes posible, pero hay otros coronavirus que me preocupan y acabarán estallando, como el cambio climático. Cuando celebremos el centenario del primer millón de turistas en Mallorca, es posible que no queden playas.

—También hay coronavirus con rostro humano.

—Por ejemplo, la aceleración brutal de la revolución tecnológica. La sustitución del setenta por ciento de las kellys por robots durante esta década no puede hacerse a lo bestia, como en el far west.

—Ningún turista viaja a Mallorca tras una prospección económica.

—La política turística de los decretos Cladera o las DOT anteponía la protección del territorio. Hoy solo se apela al marketing, a las sensaciones cortoplacistas.

—Una reunión de trabajo entre Carles Manera y usted debe ser tensa.

—Jajaja. Hay de todo, incluso momentos de carcajadas. Nos complementamos, porque él aporta una perspectiva histórica que es clave y deficitaria en los economistas, mientras yo voy por la cuantificación. También nos une la preocupación por la dinámica capitalista.

—Su libro concluye que Mallorca aguanta muchas perrerías.

—Hay zonas de la costa mediterránea continental española más machacadas, en Cataluña, Málaga o Alicante. No somos los líderes en porcentaje del litoral degradado.