"Esto es un riesgo tremendo, está lleno de italianos". El mismo crucero que hace tres semanas estuvo detenido en Civitavecchia, provincia de Roma, ante la sospecha de que una pasajera hubiera contraído el Covid-19 ayer pasó el día atracado en el puerto de Palma. Hizo escala procedente de Barcelona antes de zarpar rumbo a aquella ciudad. En el Costa Smeralda viajan más de 6.600 personas. Entre algunos viajeros reina la calma. Otros comparten esa psicosis generada ya en el corazón de Europa, con cientos de contagiados y las primeras muertes en Italia a causa del coronavirus.

"Estoy preocupada. No quería venir y traté de que cambiar de fecha el crucero", explica Carolina Rossler. A esta argentina residente en Ourense solo le devolvían 700 euros por su pasaje y el de su esposo, José Manuel Pena. Decidieron arriesgarse con su crucero número 18: así son este tipo de vacaciones. Las detestas o te vuelves adicto. Carolina no viaja tranquila. Al menos ayer pasó un día maravilloso. Su hijo vive en Mallorca - "amamos esta isla, cuando me jubile, nos venimos"- y pasaron un buen rato con él. "La gente en el barco está como si nada. Nadie lleva mascarilla y se meten todos juntos en el ascensor", explica un tanto aprensiva. Es tal su precaución que ni ella ni José Manuel van a pisar suelo italiano cuando lleguen mañana: "No pienso bajarme en Roma". Total, ya han estado. "Lo que sí me preocuparía es que nos dejaran en cuarentena", dice José Manuel contagiado de la paranoia, o no, de su mujer.

Cuando embarcaron en Barcelona a los pasajeros del Costa Smeralda les tomaron la temperatura. "No nos miraron los pasaportes, firmamos una declaración jurada de que no habíamos estado en Asia", critica Carolina.

Los hijos adolescentes de Philippe Boccara, periodista radiofónico francés, otro adicto a los cruceros (ya lleva "24 o 25"), tampoco se bajarán en Roma. Con timidez uno de ellos ratifica lo que cuenta su padre. Sí, le da miedo contagiarse en la ciudad italiana. "Hay mucha gente que no ha venido por el coronavirus. Pero yo creo que no hay problema. Ayer nos tomaron la temperatura en Barcelona y en el barco hay gel desinfectante y muchas facilidades para lavarse las manos".

Otra pareja italiana más esquiva viaja con su hijo pequeño. "El sábado cogimos el barco", explica Elisa, de Cuneo, en la región de Piamonte. "Hoy he visto en Facebook que hay tres contagiados en mi ciudad", detalla. Aún así dice estar tranquila antes de dirigirse a la puerta de embarque.

Para la familia suiza de Caslav Canovic este es otro más de sus cuatro cruceros acumulados, más allá de que les hayan examinado a ver si tenían fiebre.

Su cuarenta y cinco aniversario no se lo va a fastidiar un virus a los madrileños Joaquín Dabán y Mercedes Abad. "Vamos tranquilos y haremos la excursión en Roma. Lo que vaya a pasar pasará igual", reflexiona Joaquín con la cordura que toca y en compañía de su hermana Marisa Dabán, una veterana guía turística que vive a la isla y que fue a despedirles al puerto.

Y del Dique del Oeste a Son Sant Joan. Un aluvión de pasajeros sale por la puerta D. Algún que otro con mascarilla. Sara Amiranda, una Eramus italiana en la isla, se reencuentra con su amiga Simona Sarnelli. Son de Turín. "La gente no se interesa por los síntomas y se pone mascarillas que no valen para nada", dice Simona. "Yo las he comprado", replica Sara. El 3 de marzo regresan a Italia. A unos metros Valentina Bianchi y su marido, Enrico, abrazan a su hija Virginia, estudiante recién llegada. Viven en Santa Ponça. La universidad en Milán ha cerrado una semana. "Todo el mundo está huyendo. Es un poco paranoico". Su madre está más contenta teniéndola en Mallorca". Por si las moscas.