Hay herencias estupendas. Otras pueden convertirse en un suplicio. Según un estudio reciente de la compañía de seguros Arag, un hijo que hereda en Mallorca de su padre 150.000 euros por el valor de una vivienda, la misma cantidad en metálico y 9.000 en efectos personales, deberá abonar 1.340 euros a la hacienda autonómica en concepto de impuesto de sucesiones. En las mismas circunstancias, el heredero insular sería el tercero que más paga de España, sólo superado por los contribuyentes de la Comunidad Valenciana (3.582 euros) y de Cantabria (1.826).

A partir de aquí las variables son numerosas. Puede ocurrir que el beneficiario del legado sea un hermano, un sobrino un primo más o menos lejano o, incluso, alguien sin ningún vínculo familiar. Además, la cuota alegrará más las cuentas de la consellera Rosario Sánchez cuanto más elevada sea la cantidad heredada. En resumen, se paga más a medida que se aleja el parentesco y crece el caudal relicto (tecnicismo con el que funcionarios y abogados se refieren al conjunto de bienes, derechos y obligaciones, que forman el patrimonio del causante -un eufemismo para referirse al muerto- después de su fallecimiento y que será repartido en el proceso sucesorio. Wikipedia dixit).

Imagine que un vecino le deja en herencia una casa en ruinas. Imagine que Hacienda le reclama la mitad del valor de este inmueble. Imagine que no tiene dinero y que si acepta el caudal relicto deberá pedir un crédito. Imagine, en el colmo de la mala suerte, que lleva una carga adicional de deudas. Y eso es importante, porque quien acepta una herencia se hace cargo de sus beneficios, pero también de sus cargas.

En cualquiera de los casos anteriores, probablemente actuará como el 15% de los herederos de Balears: lamentar que el testador no sea un millonario, quitarse un problema de encima y a vivir que son dos días.