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Opinión

Font no pudo ser Miguel Ángel Revilla

Jaume Font ha dado la vida por la política, pero no ha podido culminar su desquite del PP que lo dejó en la estacada. Necesitaba presidir una institución...

Font no pudo ser Miguel Ángel Revilla

Jaume Font ha dado la vida por la política, pero no ha podido culminar su desquite del PP que lo dejó en la estacada. Necesitaba presidir una institución, arbitrar el Govern, recuperar quizás la conselleria y el escaño senatorial que ya alcanzó con los populares. El momento ideal para culminar su rehabilitación llevaba la fecha de las elecciones autonómicas del pasado mayo.

Era imprescindible que El Pi de part forana entrara en Cort, y no. Era fundamental que el Consell de Mallorca quedara paralizado sin la aportación del partido más mallorquín que vieron los siglos, y no. Era inevitable que Font se transformara en el fiel de la balanza de un Govern conservador o progresista, y no.

Nadie puede hundir a Font, salvo el propio Font, pero jamás se recuperaría del mazazo de repetir en el Parlament un resultado triste y con cuatro años de antigüedad. Mientras tanto, los votantes no demasiado mallorquines degeneraban hacia Vox o Ciudadanos, cualquier opción antes que El Pi. Para un hombre que ha coqueteado con todas las derechas, y con casi todas las izquierdas, esta epifanía a su alrededor resultaría traumática.

Font no lo reconoció públicamente pero, desde aquellos comicios aciagos, en cada foro del partido ha gritado que se equivocaron de estrategia. No le consolaban las decenas de alcaldes consolidados en una negociación mano a mano con Francina Armengol, ni su posición efectiva como conseller en la sombra.

Acaban ahora nueve largos meses de negociaciones para pactar el divorcio entre Font y Josep Melià, guardián de las esencias de UM. El segundo representa el ala Puigdemont, una querencia hacia el nacionalismo catalán que el alcalde a perpetuidad de sa Pobla considera lesiva para el público del Pi.

Font y Melià sobrellevaron su crisis con la nobleza de no desmentir jamás el enfrentamiento. Durante su extenuante tuercebrazos, los partidarios del presidente de El Pi ahora dimitido no acertaban a definir la opción ideológica cambiante de su jefe de filas. Sus crípticos discursos se interpretaban como una voluntad soterrada de regresar al PP ayuno de liderazgos fuertes.

La incertidumbre se disolvió en cuanto Font pronunció la palabra mágica: Revilla. Sí, Miguel Ángel Revilla, inesperado y veterano presidente cántabro. Un patriarca que el expresidente de El Pi remeda incluso desde su barba mosaica. Un hombre capaz de llorar ante las cámaras, de abroncar al camarero que injuria a Pedro Sánchez y de traicionar después al presidente del Gobierno. A buen precio.

Font se va al comprender que nunca podrá ser Revilla. No será recibido por Sánchez en una sala de La Moncloa forrada de cuadros de Barceló. Tampoco podrá llevarle al presidente del Gobierno una espinagada que compita con las anchoas cántabras. Font pasa a engrosar la historia. Con retraso, porque el mejor conocedor de su duelo con Meliá concluye que "ambos acabaron su carrera hace tiempo, pero nadie se ha acordado de comunicárselo".

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