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Opinión

Los daños del coronavirus no son menores

Salvador Dalí sostenía que el centro del Universo se halla bajo la estación de Perpiñán. Se trata de uno de los escasos errores del genio catalán...

Por fortuna, los protocolos del contagio vienen de fuera. d.m.

Salvador Dalí sostenía que el centro del Universo se halla bajo la estación de Perpiñán. Se trata de uno de los escasos errores del genio catalán, porque el coronavirus vuelve a demostrar que Mallorca es el indiscutible vértice cósmico. El contagio sustanciado en Marratxí involucra a España, Inglaterra, Francia, Suiza, Singapur y, fin de destino, China. Solo una geografía puede polarizar este magma de influencias, y en ella estamos.

Se ha necesitado esa conjura universal para que la farmacia de José Ramón Bauzá en Marratxí agote las existencias de mascarillas. Su titular no las necesita, está refugiado en la trinchera de Bruselas con dispensa judicial. Una vez desatada la crisis, Mallorca ha de agradecer que el coronavirus venga del exterior. No solo porque esta circunstancia entorpece su propagación en la isla, según decretaba con ingenuidad el director del centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. Lo grave es que nadie puede garantizar que las autoridades mallorquinas, entregadas a su albedrío, informaran debidamente a la población si la génesis fuera local.

En efecto, se utiliza el ejemplo de las menores tuteladas del Consellmenores tuteladas del Consel como precedente. La Organización Mundial de la Salud ha alertado sobre la infodemia producida por la ensalada de informaciones correctas y de supercherías. Sin embargo, la experiencia demuestra que el oscurantismo supera en riesgos a la claridad, véanse de nuevo los centros de acogida.

Se ha hablado tanto de protocolos, que es fácil presumir el aplicado por las autoridades mallorquinas ante una epidemia vírica. En primer lugar, no enterarse de nada, la regla elemental para quitarse un problema de encima. En la segunda fase protocolaria, las autoridades se enteran inevitablemente de lo que sucede, pero deciden continuar como si nada. Al fin y al cabo, no habrá alarma si se niega la información. En la tercera fase de esta protocolización implacable, los responsables no atajan la infección ni informan sobre su evolución, favoreciendo así la difusión democrática del virus.

Los más impacientes se preguntarán qué ocurre cuando el avance de la infección ha alcanzado niveles alarmantes, imposibles de camuflar como ha ocurrido con los centros de acogida. Una vez descubiertos, quienes recibían un sueldo para que no ocurriera lo que ha ocurrido se limitarán a confesar que no pueden afrontar el drama, que tienen muchas cosas que hacer y que a ver si usted tiene las soluciones para todo, cuñao más que cuñao. Ah, y que la humanidad siempre ha sufrido plagas.

Los daños del coronavirus no son menores ni a menores, el depredador no distingue de edades aunque se ceba en los mayores de cincuenta. El Govern se estrenó con transparencia al estallar la crisis el viernes, pero ha derrotado de nuevo a su obsesión por minimizar el impacto, al grito de que uno es prácticamente cero. Y dos también. La desconfianza es de rigor.

Las autoridades empiezan a parecerse al h0telero que se alarma con la cadena de deserciones del Mobile barcelonés, sin reparar en la breve distancia con la isla y en que el caso mallorquín influye en las bajas. Al margen de contemplar con alivio la tendencia a la horizontal de la curva de propagación, cabe felicitarse de que el coronavirus se desarrollara en China en lugar de Mallorca. Porque las epidemias mutan, pero el protocolo mallorquín permanece inalterable. El Govern.

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