José Salto, Irene Fiol, Noelia Pérez Maldonado y Toni Mandilego son cuatro mallorquines residentes en China que desde que estalló la epidemia del coronavirus contemplan a diario una imagen inédita del gigante asiático. El país más poblado del planeta se ha convertido en un decorado con las calles vacías, con las estaciones de metro desiertas, con vagones que circulan automáticos sin apenas pasajeros en su interior [vea aquí las fotos].

José Salto y Toni Mandilego no se han resignado a quedarse encerrados en sus domicilios, enclaustrados sin sacar la nariz de las mascarillas blancas que no llegan a toda la población, como la obediente inmensa mayoría de los ciudadanos chinos. Y cada día intentan reivindicar un poco de normalidad en un país detenido por la irrupción de un virus que ya ha dejado 636 fallecidos y 31.161 infectados. El primero sale a la calle en Shanghái, monta en bicicleta, va al supermercado e incluso cena con su novia en restaurantes. El segundo, periodista de profesión, acaba de regresar a Kunmning después de un viaje por cuatro provincias con su novia, Noelia Pérez Maldonado, profesora de castellano e inglés. Y va escribiendo, tomando notas y fotografías de la especial imagen que exhibe el país desde que estalló la alarma.

"La primera sensación es que el pánico a la enfermedad es mucho más peligroso que el propio virus", afirma José Salto, un montador y realizador mallorquín que hace siete años se instaló en Shanghái para formar a los técnicos de una productora a la que habían encargado las retrasmisiones de Fórmula 1. Y ahora trabaja en todo tipo de rodajes y proyectos audiovisuales, especialmente publicitarios. "La ciudad está vacía y los comercios cerrados, salvo los supermercados y algún bar. No se puede hacer ningún trámite, la gente está en sus casas sin apenas salir y miles de personas que abandonaron el país con motivo del año nuevo no han regresado todavía", describe. "La verdad es que la situación de alarma no ayuda, pero estamos tranquilos, tomando muchas más medidas de higiene y saliendo a la calle siempre con guantes y mascarilla", relata. "La municipalidad, como un pequeño ayuntamiento de cada distrito de la ciudad, lleva un control exhaustivo de todos los residentes, de los lugares que visitan, del control de sus temperaturas, del racionamiento de mascarillas", detalla.

José Salto no conoce a ningún afectado en su entorno. Dice que ahora en Shanghái la situación está muy controlada y que no siente "ningún pánico". Pero se pregunta qué pasará cuando el próximo lunes la ciudad regrese en masa al trabajo, a la actividad frenética habitual. "Será la auténtica prueba de fuego", afirma. "De nuevo miles y miles de personas concentradas en calles, plazas, estaciones de metro y de tren, en vagones y autobuses, en una urbe de 24 millones de habitantes donde la población realiza una media de una hora de trayecto en transporte público para ir a trabajar". La incertidumbre lo aplaza todo al lunes.

"Por supuesto que la crisis del coronavirus tendrá también una repercusión económica muy importante", manifiesta, por su parte, Irene Fiol, ingeniera mallorquina que vive en Shanghái desde hace doce años. "No solo por el parón de la actividad turística y la anulación de reservas, sino porque todas las industrias del país están detenidas, sin actividad, igual que sus proveedores", argumenta.

Cuando se instaló en Sanghái hace doce años, Fiol trabajaba en control de calidad de empresas. Después tuvo tres hijos. Y ahora se ha reinventado con un negocio de yogures artesanales tras un tiempo dedicada en exclusiva a sus pequeños.

"El nerviosismo y la psicosis empezaron a principios de enero. Teníamos previsto hacer algo de turismo por Asia con la familia con la llegada del año nuevo chino, pero cambiamos de opinión y nos quedamos", relata. "Sin embargo, cuando recibimos la notificación del colegio de los niños de que las clases se suspendían hasta el 17 de febrero por el coronavirus tomamos la decisión de salir, regresar a España. No por nosotros, que estábamos tranquilos y todavía lo estamos, pero los niños lo pillan todo en el colegio y este año dos de ellos ya habían tenido gripe y cualquier indicio podría suponer entrar directamente en todos los protocolos que se han establecido por el virus en el sistema público de salud chino", justifica. "No imagino a otro país del mundo poniendo en marcha un dispositivo tan descomunal para evitar el contacto de las personas como ha hecho China, hasta las entradas en el país están ahora limitadas", indica.

El marido de Irene Fiol, que trabaja en una empresa de automoción, tiene previsto regresar a Shanghái el próximo lunes para volver al trabajo. La mallorquina y sus tres hijos esperarán a que los acontecimientos evolucionen para hacerlo.

"Muchos mensajes que llegan del extranjero son falsos", asegura Toni Mandilego. "En China no hay escasez de comida ni fumigan calles por el coronavirus", apunta. "Con mi novia hemos viajado por cuatro provincias sin problemas de transporte", afirma. "No obstante, es cierto que todos los monumentos están cerrados, que hay mucha menos gente en la calle, que gran parte de todos esos pequeños locales de comidas que en China te salen al paso han cerrado las puertas y que el país más poblado del mundo ofrece una imagen totalmente distinta", constata.

En un hotel situado a una hora del centro de Pekín en el tren bala trabaja un mallorquín que no puede dar su nombre por la situación especial que viven los negocios turísticos durante esta crisis y por políticas de empresa.

Las reservas han caído, los clientes son sometidos a controles de temperatura diarios y los que superan los 37,5 grados son aislados. Los desayunos se dejan en la puerta de las habitaciones y los movimientos están limitados. Él vive en una residencia que hay junto al hotel. Sus movimientos también están limitados por ahora. Pero está bien y tranquilo. Esperando que todo pase y el país regrese a la normalidad, relata su padre en Palma.

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