Francina Armengol se declaraba esta semana entusiasmada en Fitur de que haya gente que gane mucho dinero en Balears con el turismo, y no se refería a las kellys. ¿La presidenta del PSOE ha profesado el credo neoliberal? Es el mercado, amiga. La izquierda ha aprendido a fuerza de golpes que, para llegar al poder, ha de seleccionar cuidadosamente sus enemigos. Y para conservarlo, no ha de crearse enemigos.

El capítulo siguiente es el idilio vigente entre la izquierda y los hoteleros. El sorprendente romance se basa en amagar los golpes, boxeo de cara a la galería. Armengol ha adaptado el modelo conciliador en Calvià de Margarita Nájera, que sedujo a Gabriel Escarrer padre a fuerza de encontronazos. La esfinge Bel Oliver y la irreconocible Pilar Costa postulan asimismo la entente cordiale. No hagan olas. Si el guante de seda ha funcionado con Podemos, los empresarios turísticos también caerían en la trampa. Cobrando, claro.

Las grandes sagas turísticas de Balears son Escarrer, Barceló, Fluxá, Hidalgo, Riu y Matutes, con accésits para Piñero o Ramis. Los líderes de tres de estos grupos han llegado a votar al PSOE, ay el magnetismo de Felipe González, para todos ellos sería un insulto que los identificaran con la izquierda. Ahora bien, desde su feroz pragmatismo, alguno ha manifestado a sus colegas que se puso en contacto con Biel Company para sugerirle ¿ordenarle? que renunciara a la presidencia del PP balear. En cambio, la mayoría apuestan por la estabilidad en el cargo de Armengol. Y de Pedro Sánchez, hasta que se recomponga la derecha.

Entiéndase, los incorregibles hoteleros votan cada vez más a Vox, pero pactan sin atribularse con el Govern de PSOE/Més/Podemos. Con la misma soltura que les llevó a convertir a Fidel Castro al capitalismo comunista mitad y mitad, que así funcionaban los porcentajes en la sociedad estatal Cubanacan. La presidenta de Balears ha cancelado la paradoja de que los magnates del turismo espolearan el castrismo en Cuba, pero se volvieran ultraconservadores en su otra isla natal. La amante y la esposa.

Los hoteleros han vivido bajo la izquierda radical gobernante las temporadas ubérrimas de 2015 a 2018, que les llevaron a acuñar la frase "me parece inmoral el dinero que estamos ganando". En su honor, el termómetro crematístico no explica por sí solo la confortable relación con los progresistas. Han cedido en dos capítulos impensables. Sobre todo, en una subida salarial próxima al veinte por ciento en cuatro años, negociada en Trabajo por Iago Negueruela y capitaneada desde el empresariado por la lucidez de Carmen Riu, "o los trabajadores nos matan". Y en una isla que no rechazaba a un turista ni aunque aterrizara y aterrorizara armado, los empresarios han acatado el decreto contra el turismo de borrachera, que repatría por anticipado a dos millones de hooligans.

La bonanza actual deslumbra al colocarla en perspectiva. El primer Pacto de Progreso de 1999 pudo acabar en una guerra turística contra el Govern de Francesc Antich. El presidente de la Federación Hotelera, Pedro Cañellas, paseaba accidentalmente por la toma rebelde del ayuntamiento de Son Servera, utilizando un banco de madera como ariete. El conseller Juan Mesquida se desvinculó de la ecotasa que hoy incluye en su currículum, hasta el punto de que los hoteleros satanizaron a su antaño adorado Celestí Alomar.

Los hoteleros desmintieron en el cambio de milenio a quienes sosteníamos que situaban el bolsillo muy por encima de la ideología. Según la propia izquierda, el Pacto inaugural se perdió por una decisión turística, la prohibición de tumbonas en Formentera a cargo de Margalida Rosselló, consellera verde de Medio Ambiente. "No las eliminamos, regulamos por primera vez la ocupación del litoral, con un exceso de tumbonas en un parque natural. Esto fue utilizado por el Pacto para decir que no se debería haber hecho".

Parece más exacto adjudicar el retorno de Jaume Matas al Govern en 2003 al ímpetu de Miguel Fluxá, con su muy mallorquín "algo teníamos que hacer". Le honra haber reconocido su error tras la legislatura de la corrupción, un traspié que no le vacunó de propulsar a Mateo Isern a Cort en las municipales de 2019. Otro tropezón.

Matas menospreciaba a los hoteleros, "solo son 150 votos", pero suprimió obediente el impuesto turístico. A su inesperada caída en 2007, el segundo Pacto optó por la postración absoluta. En labios de uno de los gigantes del sector, "nos dan todo lo que les pedimos", pronunciado con cara de decir en realidad que "nos dan hasta lo que no les pedimos". Con Miquel Nadal, Francesc Buils y otros de consellers, ni se planteó el desentierro de la ecotasa.

Tras la estrepitosa caída de José Ramón Bauzá en 2015, el tercer Pacto fue salomónico. Una ecotasa al servicio de los hoteleros y Biel Barceló de conseller, que es como decir nada. Así comenzaba la reconciliación en la cima, prolongada en el cuarto Pacto. Por ejemplo, las desoladas líderes del PSOE balear se encomiendan tras la quiebra de Thomas Cook a uno de los cerebros turísticos privilegiados de la isla, amén de votante conspicuo de Vox, que insiste en que sobre todo no se les ocurra subvencionar a los colosos del sector, y que se centren en redimir a los empresarios modestos.

En fin, solo hay una socialista a quien los hoteleros respeten más que a Armengol. En efecto, se trata de la ministra Reyes Maroto, que los rescató con habilidad en Cuba. ¿Quién ha cedido más en este galanteo, la izquierda o el sector? De momento, los empresarios.

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