Las islas solo sirven para pedir, piensan en Madrid. Al contrario, Mallorca aporta una cosecha de votos sustanciosa al Gobierno, y no recibe a cambio ni la hipótesis de un ministerio. Con cuatro diputados de ocho, la Coalición Progresista de Pedro Sánchez se colocó en Balears al borde de la mayoría absoluta. Trasladando el resultado regional al recuento estatal, PSOE y Podemos sumarían 175 escaños, veinte más de los que acumulan.

Sánchez gana en Mallorca, pero no se nota. España ha tenido tres centenares de ministros desde la extinción del dictador. Demográficamente, una decena de ellos debieron ser mallorquines. Solo hay tres, con un breve lapso en el gabinete. Santiago Rodríguez Miranda desempeñó la cartera de Trabajo durante dos años con Leopoldo Calvo Sotelo. En sus tres lustros, Felipe González solo contó un año con Félix Pons al frente de Administraciones Públicas. En fin, José María Aznar ofreció a Jaume Matas el ministerio de consolación de Medio Ambiente en 2000, para pasaportarlo de vuelta a Balears en 2003. El ibicenco Abel Matutes, canciller durante los cuatro años del primer mandato aznarista, redondea la nómina balear.

Apenas seis años de ministros mallorquines durante medio siglo de democracia. La ausencia de continuadores no convierte a los tres titulares clásicos en excepciones, sino en anomalías. De ahí que ni un solo pronóstico augurara un ministro balear entre los 22 recién nombrados por Sánchez, al margen de su hostilidad manifiesta hacia Francina Armengol. No solo era improbable, sino impropio.

Pablo Iglesias empeora el desaire. Sus dos diputados baleares serían cien a escala estatal , y solo tiene 35. Podemos solo gana en Mallorca, pero tampoco se nota. Si se trataba de exigir a los candidatos a ministro que fueran comunistas, la isla también ha criado a excelentes seguidores de dicha persuasión. Tuvo que ser Mireia Vehí de las CUP quien glosara en el Congreso la estirpe de Aurora Picornell y las Roges del Molinar, sus descendientes no merecen un asiento en La Moncloa.

La fidelísima ibicenca Sofía Hernanz, que escoltó a Sánchez en su travesía del desierto, queda relegada a la Secretaría segunda y no primera de la Mesa del Congreso. Ni siquiera merece una Vicepresidencia. Y por si a Armengol no le quedaba claro, el presidente promociona a portavoz a María Jesús Montero, enterradora del REB y la única ministra que no visitó Mallorca durante el primer ciclo sanchista. Por no hablar de la elevación a Seguridad Social de José Luis Escrivá, impenitente desvelador de los incumplimientos presupuestarios del Govern desde la Autoridad Fiscal.

Es más fácil olvidarse de los mallorquines que nombrarlos. El damnificado Iago Negueruela, un eterno ministrable que todavía no ha cumplido los cuarenta años, sentencia a regañadientes que "no creo que este Gobierno tenga un componente territorial". El conseller compostelano sabrá, pero el reparto de carteras incluye por si acaso a dos gallegos.

Tal vez Negueruela centre la desterritorialización del Govern en la presencia de hasta seis ministros de Madrid, incluido el presidente. Es difícil imaginar mayor centralismo, pero antes de inducir la reticencia de que debe haber muchas regiones sin ministro autóctono, conviene tabular los tres de Andalucía, País Vasco o Valencia. O los dos de Castilla-La Mancha, sin olvidar una cartera para Castilla y León, Cataluña o La Rioja. Diez de las 17 autonomías están representadas, Mallorca se confirma colista en esta edición y en el conjunto de la transición.

Los ministros proceden de territorios concretos, y ninguno de ellos se llama Mallorca. El escarnio se acentúa hasta lo lacerante al comparar a Balears con el único archipiélago español auténtico, Canarias. La extracción grancanaria de Carolina Darias es la única razón para su nombramiento al frente de Política Territorial y Función Pública. Ha saltado de consejera de Economía al ministerio, desmontando la falacia del PSOE mallorquín sobre el respeto(?) al Govern autónomo.

Darias pertenece al cuerpo Superior de Administradores Generales de su región. En efecto, su titulación y cargo saliente coinciden al dedillo con los currículos de Cati Cladera y Rosario Sánchez, irrelevantes en las quinielas. Y eso que ambas mallorquinas contribuirían a la paridad en declive del Gobierno.

En tiempos intermedios entre la actualidad y la nostalgia, Juan Mesquida rozó la cartera y superó en poder a la mayoría de ministros, como comandante en jefe de la Policía y la Guardia Civil. También María Salom jura que rechazó una cartera con Mariano Rajoy, pero esta confesión no merece más crédito que el resto de sus declaraciones.

El enésimo fracaso ministerial ha propiciado una extraña pirueta de Biel Company, al reprocharle a Armengol su escasa influencia sobre Sánchez. ¿Comparándola con quién?, por citar a Gila cuando le preguntaban por su esposa. El PP no nombró a un solo alto cargo mallorquín en su última etapa, de 2011 a 2018.

De hecho, Rajoy cometió un crimen más grave que despreciar a Balears, quiso convertir en mallorquina a Isabel Borrego. La secretaria de Estado de Turismo emanaba de una concejalía de Pozuelo de Alarcón, por mucho que naciera accidentalmente en Palma. El Gobierno ha copiado del Govern hasta el nombre, porque Coalición Progresista calca a Pacto de Progreso, pero la aterradora síntesis establece que Mallorca no da miedo. Mallorca no da miedo, una síntesis aterradora.

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