Para gastos de escándalo, los del Parlamento británico. Elliot Morley cargó al erario público una hipoteca que ya había liquidado. La multimillonaria Barbara Follet trasladó Estado 28.000 euros en seguridad privada porque se sentía en peligro en el Soho. Phil Woolas cobró por ropas de mujer tampones y pañales. Phil Hope gastó más de 41.000 euros en mobiliario para un piso. El escándalo destapado por el Daily Telegraph incluía desembolsos en jardines y limpieza en domicilios particulares.

La cámara de los Comunes y la de los Lores estaban repletas de tacaños y aprovechados. Ninguno dudaba en alzar la voz contra los excesos de los burócratas de Bruselas o de los servicios de salud. No es una cuestión de parlamentos de rancio abolengo, como el de Westminster, o de casi neonatos, como el del Círculo Mallorquín. Se trata de talante, cordura y vocación.

Las facturas de los altos cargos del Govern están a años luz de las que presentaban los políticos del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda. Son plenamente aceptables y abonables si contestan afirmativamente a estas tres preguntas:

Primera. ¿Considera el conseller socialista Marc Pons que su sueldo, que con complementos supera los 80.000 euros, es insuficiente para pagar los 70 céntimos que cuesta un café? Si la respuesta es afirmativa, adelante con la factura y que, de forma inmediata, se apruebe una actualización salarial para evitar que acabe en una chabola.

Segunda. ¿El ex director general de Consumo Xisco Dalmau pasaría el tique de su merienda por valor de 4,79 euros si trabajara en una empresa privada?

Tercera. ¿Considera el ecosoberanista Bartomeu Tugores que es necesario duplicar, o triplicar, el parque móvil para que deje de utilizar su coche particular? Cincuenta euros en gasolina cada tres días parece exagerado para alguien que milita en un partido que combate el cambio climático.