Rosita apura sus últimas monedas en la máquina tragaperras. Todo el mundo la conoce en el bar. Lleva más de 40 años en la zona de la Porta Sant Antoni, en Palma. Son incontables las noches que ha pasado en vela en la ciudad. Ejerce la prostitución y también alquila habitaciones a otras mujeres en un domicilio cercano para que estas lleven a cabo servicios sexuales a cambio de dinero. La rutina de la noche se rompe en el decadente local al ver entrar a un profesional de Casal Petit con una acreditación colgada al cuello. Rosita (nombre ficticio) le da dos besos y le sonríe. Maldice el frío que está haciendo estas madrugadas en la capital balear. "Estos meses de invierno se hacen muy duros en la calle. Con este frío no se puede estar", se queja. En su memoria guarda un sinfín de historias, algunas inconfesables. Recuerda que siendo menor fue víctima de abusos sexuales en el colegio.

Apoyada en la barra del bar, Joana (nombre ficticio) espera con la mirada perdida y el rostro maquillado. "Yo soy mallorquina", subraya con un elegante abrigo anudado a la cintura. Explica que va y viene ejerciendo la prostitución dependiendo de las malas rachas económicas por las que va pasando. Lleva muchos años en tratamiento psicológico. El profesional de Casal Petit le ofrece la ayuda de la entidad. Los educadores y trabajadoras sociales de Casal Petit salen a la calle de forma periódica para hablar con las mujeres que ejercen la prostitución en la isla tanto por las noches como por las mañanas. También visitan pisos y clubs. En 2018, la entidad contactó con unas 300 mujeres a través de estas salidas en la Porta de Sant Antoni, Avenidas, Banc de l'Oli, s'Arenal o s'ArenalMagaluf, en Calvià.

Frágiles y aisladas

A las afueras del bar, resplandecen las luces de Navidad en la oscuridad. Un hombre vestido de Papá Noel abandona la calle Sindicato con una guitarra en la mano. Los comercios cerrados dan un aspecto desangelado. No hay ni un alma en la popular vía peatonal. A escasos metros, torciendo un callejón, una joven se abriga junto a un portal. Tiene 23 años y es de Marruecos. Lleva solo tres semanas en Palma. "No sabe español", aclara una compatriota que ya no ejerce y que está empleada en un comercio. La muchacha parece frágil y aislada del mundo. El trabajador de Casal Petit se acerca a ella y le entrega un papel con las señas de la entidad. Ella le mira con cautela. "Cada semana podemos encontrar a mujeres nuevas que ejercen la prostitución en Palma", detalla el profesional.

María (nombre ficticio), de origen peruano, llegó a la ciudad hace dos meses. Antes estuvo en el norte de España. "No conozco el Casal Petit, ¿cuándo podría ir allí?", pregunta. Se interesa por un taller de búsqueda de trabajo y pide cómo podría empadronarse en Palma. "Vivo en un piso compartido con mucha gente, pero ahí no me dejan empadronarme", comenta. Bajo el dintel de un portón aguarda Laura, (nombre ficticio) de Colombia. Está en la capital balear durante quince días. Luego, regresará a la península, donde tiene a su hijo estudiando una carrera. "No sabe que ejerzo la prostitución en la calle", apunta. La isla le facilita el anonimato.

Casal Petit pertenece a la Congregación de Hermanas Oblatas. Se trata del centro de referencia de trata de las Balears. La entidad abrió sus puertas en 2001 en una travesía de la calle Sindicato, muy cerca de donde estas mujeres ejercen la prostitución a diario. Pero las Hermanas Oblatas llevan más de 30 años presentes en este barrio. Ofrecen una atención integral a las mujeres en situación de prostitución y a víctimas de trata con fines de explotación sexual en la isla. Desde hace más de cinco años atienden a una media de 250 usuarias, la mayoría jóvenes extranjeras. En 2018, 224 personas fueron atendidas en el Casal Petit, un 85% de ellas eran extranjeras. Más de la mitad ejercía la prostitución en la calle, mientras que un 27% lo hacía en pisos, una tendencia que va en aumento.

"Desde un primer momento la misión y la función de la Congregación de Hermanas Oblatas siempre ha sido atender y ayudar a las mujeres que ejercen la prostitución", destaca Maria Magdalena Alomar Real, coordinadora de Casal Petit. Los fundadores, el padre Serra y Antonia María de Oviedo, abrieron una primera casa en Ciempozuelos, en Madrid, en 1864 para atenderlas tras descubrir la dura realidad a la que se enfrentaban al visitarlas en el hospital de San Juan de Dios, en el área destinada a las enfermedades de transmisión sexual. Como todas las puertas se les cerraban a estas mujeres, decidieron abrirles una. A partir de ahí, seis años más tarde nació la congregación y se fue extendiendo su labor por toda España y por todo el mundo hasta estar presente en quince países.

"En Palma, empezaron con una casa de acogida en La Vileta en 1924. Al principio, la idea era alejar a estas mujeres del barrio donde ejercían la prostitución. Luego, se decidió volver a los orígenes y acercarse a ellas, al lugar donde ejercían, en el barrio de la Porta de Sant Antoni. Ahora, tres oblatas trabajan en Palma en el Casal Petit junto con un equipo de trabajadoras sociales, educadores y una psicóloga. El objetivo del Casal Petit es empoderar a estas mujeres, sacar lo mejor de ellas porque lo han perdido todo. No se las juzga jamás. El valor que se transmite es de acogida incondicional. Se les da las herramientas para que ellas mismas puedan decidir por sí solas. Es muy importante ofrecerles información y formación. Somos un equipo", añade Alomar.

"Aquí las puertas siempre están abiertas. Una de las primeras cosas que me sorprendió de Casal Petit es la cafetería. Las mujeres pueden venir a partir de las nueve de la mañana a tomar un café. Hay algunas que solo acuden a desayunar o leer el periódico. Siempre hay este punto de encuentro, es el carisma Oblatas", subraya Francisca Muñoz- Ramos Ripoll, psicóloga de Casal Petit. Es la grandeza de la congregación, priorizar la atención a mujeres en situación de prostitución por encima de religiones o moralidad, sin juzgarlas, y acompañarlas con respeto ayudándolas en sus necesidades.

En la calle de la Justicia, una mujer mira su teléfono móvil sentada en una silla. Es búlgara de unos 35 años. Tiene varios hijos y ya es abuela. Necesita enviar dinero a su familia, más aún en estas fiestas navideñas. Se une a ella otra compatriota con un café entre las manos. Se queja del frío. "El otro día al llegar a casa me tuve que duchar con agua muy caliente y no se me quitaba el frío del cuerpo", se lamenta, al tiempo que recuerda que en toda la noche solo ganó 50 euros. En ese momento, aparecen en el callejón tres jóvenes de Nigeria muy sonrientes que empiezan a bromear con el educador.

Mujeres extranjeras

Casal Petit atendió en 2018 a mujeres de 24 nacionalidades, la mayoría de ellas eran nigerianas, españolas, brasileñas, colombianas, dominicanas, ecuatorianas o rumanas. "Tenemos un área de atención psicosocial. Las trabajadoras sociales hacen un seguimiento, un plan individual con cada mujer, ya que cada una tiene unas necesidades diferentes. Son las usuarias las que deciden qué objetivos quieren. La trabajadora social hace un acompañamiento y nos coordinamos con otros servicios como Cáritas, Policía Nacional, servicios sociales, Cruz Roja, Metges del Món, SOIB, hospitales, centros de salud... Es muy difícil decir cuándo es el final del proceso", reconoce la coordinadora. "El objetivo principal de la mayoría de mujeres es encontrar un trabajo normalizado, fuera de la prostitución. Todos estamos en peligro de exclusión social si hay una crisis económica, nos podría pasar a cualquiera de nosotros", advierte Alomar.

En un meublé

Soledad (nombre ficticio) regenta uno de los pocos meublés que aún quedan en Palma. Alquila habitaciones a otras mujeres. Once minutos por siete euros y los precios van subiendo si aumenta el tiempo. Conserva la clase de las mujeres de antaño. "Ahora hay mucha miseria, antes se ganaba mucho dinero, muchísimo dinero, con los norteamericanos que desembarcaban en Palma", asegura. "Hay que saber ejercer, dar cariño, dar un beso de vez en cuando. Las mujeres caucásicas son muy frías, muy ásperas. Algunos clientes no quieren sexo, solo quieren hablar con una mujer y que ella les escuche", añade. "Cuando una mujer es joven todo viene rodado, pero cuando te haces mayor la cosa cambia. Incluso el hombre que te rescató de la calle te puede devolver al mismo sitio cuando ya eres mayor", sentencia Soledad, quien alerta de que las prácticas sexuales de riesgo son cada vez más frecuentes. "Desde que murió Rock Hudson, yo siempre he utilizado preservativo", recalca.

Casal Petit también dispone de un área de formación, donde se imparten clases gratuitas de alfabetización, español, catalán, inglés e informática por parte de voluntariado. Además, se realizan talleres. Uno de ellos es para que las mujeres conozcan los recursos que tienen a su alcance: Policía, sanidad, Metges del Món, servicios sociales, Cruz Roja...

El área prelaboral ayuda a las mujeres en la búsqueda de empleo con un taller de inserción laboral, asistencia psicológica y otras actividades. En 2018, 33 mujeres encontraron trabajo. El área de alojamiento ofrece un piso de acogida a las víctimas de trata y a las mujeres que quieran alejarse de la prostitución. Se trata de una vivienda en Palma propiedad del IBdona y gestionada por el Casal Petit, el único recurso de acogida en Balears para víctimas de trata. Por último, el área de incidencia social lleva a cabo tareas de sensibilización, investigación y difusión del trabajo realizado.

Una mujer colombiana ve pasar las horas en la calle Manacor, cerca de Avenidas. "En estas últimas noches me ha ido bien, he ganado 120 y 150 euros", reconoce. En unos días se marcha a su país, donde tiene a su familia, y en primavera regresará a la isla.

"La mayoría de mujeres que atendemos están en situación de exclusión social o son víctimas de trata. Es muy difícil que lo digan y que lo denuncien. Nuestro trabajo es darles información para que sean conscientes de que son víctimas de trata y que ellas puedan decidir si quieren denunciarlo", informa la coordinadora.

El recorrido nocturno acaba en la calle Ferreria. Una joven veinteañera de Bulgaria juega con su móvil. Dice que lleva tres meses en Palma, luego corrige a un año y tres meses. Habla muy bien español. Parece desconfiar del profesional del Casal Petit. No quiere clases de inglés ni de informática. El educador no se da por vencido. "La volveré a ver otra noche, nosotros tenemos tiempo, cuando ella necesite algo acudirá al Casal. Nosotros siempre estamos ahí, no tenemos prisa", concluye esperanzado.

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