Estas cosas con Nixon ya pasaban. El reportero Carl Bernstein se hallaba en su mesa del Washington Post a principios de los setenta, cuando le avisaron de que unos señores policías estaban en la recepción para reclamarle que entregara todas sus anotaciones y documentos del Watergate. En la actualidad sería equivalente a secuestrar ordenadores y móviles, según ocurrió en este diario y en Europa Press un año atrás.

Ni corto ni perezoso, el Bernstein a quien el Post iba a despedir antes del Watergate por bajo rendimiento, se dirigió al despacho de Ben Bradlee para decidir el curso de acción. Aplicando la línea jerárquica, el director se puso en contacto con la imponente propietaria Katharine Graham, con la que tal vez mantenía un idilio.

La señora Graham no vaciló un instante. "Comuniquen a los señores policías que todo el material informativo de Bernstein es de mi propiedad. Si lo quieren, y dado que no pienso entregarlo, tendrán que venir a detenerme". Esta negativa cerró el intento de atajar la investigación periodística del Watergate.

También este diario se negó a entregar, en el momento de la visita policial o en el futuro, el material informativo reclamado de forma viciada. El escándalo ha llevado a un juez al banquillo, por no imponerse al capricho de sus subordinados y por cumplir sin rechistar con las órdenes de la policía "venezolana", en la genial interpretación de lo ocurrido por Josep Borrell. Además, este periódico publicó su oposición al secuestro con claridad en su página web, alrededor de las cuatro de la tarde del martes 11 de diciembre del año pasado.

El intento de secuestro destapó que la Jefatura Superior de Policía actuaba a instancias de Tolo Cursach, y no solo para simular su inocencia, sino para elevarlo a la condición de víctima. La institución altamente contaminada ha invertido miles de euros de fondos públicos para camuflar los estrechos vínculos de sus jefes con el magnate.

El resultado ha sido una investigación grotesca y pletórica de ignorancia, que fabuló una organización criminal de la que ya nadie habla, una vez cumplido el objetivo de neutralizar la instrucción de la mafia policial que desemboca en el caso Cursach. El crimen monstruoso que se ha acabado dirimiendo son las posibles conversaciones entre jueces y periodistas. Qué horror.

También esto con Nixon ya pasaba. En el excelente documental Watergate de Charles Ferguson, autor de Inside job, el hoy septuagenario Bernstein recuerda con lágrimas en los ojos como el valiente juez John Sirica le convocó en secreto junto a Bob Woodward. El magistrado les comunicó que el resultado del primer juicio era inaceptable, y que el escándalo iba mucho más allá. Este tráfico no impidió las condenas posteriores, pero en Mallorca somos muy puristas.

Un policía que participó en la investigación inicial del caso Cursach declara ahora que se desarrolló con "obsesión enfermiza", expresión que recuerda a las "miradas de odio" del procés. Estas cosas con Nixon ya pasaban. En contra de los defensores del periodismo virginal, el Post nunca fue neutral en el Watergate. Su director Ben Bradlee sentía una "obsesión enfermiza" contra el presidente americano que había sido rival acérrimo de su amado John Kennedy, al que inmoló una cuñada. Por supuesto, esa emoción no modifica los crímenes cometidos y condenados en el caso Watergate, como tampoco influyó que Bob Woodward fuera un votante nixoniano acérrimo. A propósito, el subinspector que retroactivamente considera excesivas las detenciones practicadas está defendido por Pedro Horrach, que pasará a la historia como el brillante fiscal Anticorrupción que sentía una especial aversión a detener a un imputado.

Con la colaboración inestimable de la policía y del fiscal Juan Carrau, el multimillonario Cursach ha logrado neutralizar a quienes le investigaban, a través de la querella que llevó al intento de secuestro en medios de información sobre los que no recaía acusación alguna. Estas cosas con Nixon ya pasaban. Cuando el fiscal especial Archibald Cox concluye que la Casa Blanca está implicada en el Watergate, el presidente lo destituye de inmediato. Con el juez Sirica no pudo, pese a que lo investigó con el mismo celo y dispendio de fondos públicos que la Jefatura Superior de Policía. ¿Cuál fue la reacción de la opinión pública estadounidense a esta cacicada? Obligó al presidente a dimitir. En Mallorca no ha ocurrido lo mismo, la mafia debe continuar.

Ni una sola de las personas que ha participado en esta mascarada puede alegar ingenuidad. El gran Leonardo Sciascia establece en A cada cual, lo suyo que "el grado de impunidad y error es alto no solamente porque sea bajo el coeficiente intelectual del investigador". Sin embargo, una aportación de Ernesto Ekaizer en su libro Cataluña, año cero desmonta a los tartufos que se rasgan las vestiduras pidiendo pureza tras prostituirse hasta el alma. La escena transcurre en la jornada final del juicio al procés en el Supremo. "El magistrado Luciano Varela, que se había jubilado al cumplir 72 años, preguntó al abogado Jordi Pina y a su cliente, Jordi Sànchez, si podía hacerse un selfie con su teléfono. Sànchez, no sin humor, dijo que por supuesto, con una condición: que también se les tomara la foto con su teléfono. Varela y Sànchez, pues, le entregaron sus móviles al magistrado Juan Ramón Berdugo, que se encargó de inmortalizar el momento. A su vez, el presidente Marchena, aficionado a la fotografía, no se perdió la escena y utilizó su móvil para tomar la fotografía del magistrado Berdugo haciendo la foto de Varela y Sánchez". Pese a tan singular confraternización, nadie discutió la capacidad de Varela, Berdugo o Marchena para enjuiciar y condenar a Sánchez a nueve años de cárcel. La hipocresía confiere exclusividad al caso Cursach, porque esto con Nixon no pasó.