Si hubieses abierto un restaurante llamado Cas Busso y tuvieras que contar tu vida usando solo objetos, uno sería seguramente un muñeco de buzo. Y eso que Jaume Manresa nunca fue buzo. Su padre y su hermano sí, pero él se dedicó al campo hasta que pensó que sería buen negocio abrir una taberna en aquella curva de la carretera de Cap Blanc por donde pasaba tanta gente.

Manresa, hoy ya fallecido, fue una de los participantes que formaron parte de la primera experiencia de las cajas de historias de vida, un proyecto que nació en 2017 desde el Institut Mallorquí d'Afers Socials (IMAS). Y sí, su caja tenía un buzo.

Blanca Moll, coordinadora de Voluntariado del Área de Dependencia, y Catalina García Garí, entonces directora de la Llar d'Ancians de Llucmajor, se coordinaron y plantearon a varios voluntarios que eligieran a una persona mayor para 'resumir' su vida en una caja, llenándola de objetos que representaran episodios, conceptos o personas significativas en su trayectoria.

Para ello, los voluntarios entrevistan a los usuarios para recopilar información y buscar objetos representativos.

Durante aquella primera experiencia en Llucmajor, Catalina García, antropóloga, psicóloga y trabajadora social, vio que materializar los recuerdos, hacer un ejercicio de reminiscencia, tenía efectos muy beneficiosos. "Al principio algunos entrevistados no se acordaban de muchas cosas, pero una vez que empezaban a contar se entusiasmaban y los recuerdos iban surgiendo", narra García, que explica esta iniciativa en el Anuari de l'Envelliment presentado esta semana.

"Tiene unos efectos muy positivos a nivel cognitivo y también contra la sintomatología de la depresión", señala García, que recuerda que los índices de depresión y suicidio entre la población de más edad "son muy altos". Que alguien escuche su historia contribuye además a subirles la autoestima y tener un proyecto concreto (hacer la caja, que luego formará parte de una exposición), les motiva y activa: "Un usuario que de ninguna manera quería operarse de cataratas al final se operó para poder explicar bien sus fotos para meterlas en la caja", cuenta la trabajadora social, por citar un ejemplo.

El relato tiene además su parte liberadora. Muchos cuentan cosas que nunca habían explicado: de estigmas de la guerra (como padres represaliados) a abusos sufridos y silenciados duránte décadas. "Es una generación muy marcada por el miedo, el silencio y la culpabilidad", razona, "el relato les sirve también para reconciliarse con aspectos de su vida".

Sus cajas ayudan además a completar la historia colectiva, la de una Mallorca en la se pasaba hambre. Episodios a veces ocultos, disimulados, ignorados. Como los de aquellos que se dedicaron al contrabando durante años, que no se lo contaron ni a sus esposas.

"Todo el mundo tiene una historia que merece ser contada", sostiene García. El proyecto se ha ido extendiendo y hoy incluso hay experiencias que incluyen el factor intergeneracional, como en Felanitx, donde los entrevistadores son los alumnos del instituto.

Y usted, ¿qué pondría en su caja?.