—Para que se haga cargo del tipo de entrevista: "¿La peineta es muy Vox?"

—La peineta es una antena que comunica muchas cosas. Es dúctil, creativa y figurativa. ¿Cómo se te ha ocurrido eso de la peineta y Vox?

—Es el partido de las esencias y tradiciones españolas.

—Soy muy española y me encantan las tradiciones, pero las cosas están para progresar y cambiar.

—¿La movida fue como hoy la cuentan?

—La movida fue un arcoiris porque estuvo en muchos sitios, en Sevilla o Galicia. Significó una explosión de libertad, de creación, de ausencia de prejuicios.

—Con los prejuicios de hoy no podrían hacer aquellas barbaridades.

—No los llamaría barbaridades, sino necesidad de libertad y unión de conceptos muy distanciados. A mí me encanta la copla, pero también el rock y el underground.

—La movida era de Tierno Galván, pero no de izquierdas.

—No era de nadie, pertenecía a una generación. Tierno fue un señor impresionante, conectado con la cultura y el pueblo. Fue estupendo que existiera, y ojalá tuviéramos a varios políticos como él.

—No tenemos a nadie como Tierno.

—Necesitamos políticos que sepan dialogar, ceder, arrinconar el ego y ponerse en el lugar de la gente.

—¿Asistió en directo al pacto Sánchez-Iglesias?

—Sí, me alegra que hayan llegado a un acuerdo, que haya una conciencia de unidad para salir adelante en lo social.

—Critica usted el ego, inseparable del artista.

—Lucho contra el divismo. Se necesita un ego suficiente para subir al escenario, pero en conexión absoluta con otros seres humanos y sin creerse superior a nadie. Tengo el ego domesticado.

—¿Martirio ha amenazado con comerse a María Isabel Quiñones?

—No, fundamentalmente porque es un personaje que he creado yo para ser yo misma. María Isabel es la secretaria, la que imagina, Martirio se adorna y sale a contar lo que piensa la otra.

—¿Rosalía es hija suya?

—En absoluto. Rosalía es una mujer inteligente, que canta muy bien y que tiene unas producciones sorpresivas y espléndidas en el siglo XXI.

—Y que se lleva un saco de críticas.

—Porque en el flamenco hay talentos poco promocionados, con un hándicap respecto del pop, y el exceso de triunfo de Rosalía contrasta con otra gente que se queda sin salidas.

—¿Las mujeres han vuelto a retroceder ante los hombres?

—No creo eso. Las mujeres están en un momento extraordinario y no comprendo ningún paso hacia atrás, en determinación, libertad y autonomía.

—Es extraño, vivir de la voz en tiempos digitales.

—La voz es fundamental en todas las culturas, porque contiene las neuronas del crecimiento del alma. Es un elemento básico para convivir y llegar a lo más profundo. También es muy frágil, lo cual implica que nunca te sientes segura de que vaya a funcionar antes de salir al escenario. Por eso me conquistan las voces de Chavela Vargas o Bola de Nieve, sin purpurina.

—¿Qué le llevó a homenajear al cubano Bola de Nieve?

—Que es el cantante de la emoción. Sin alardes y sin cortarse las venas, con mucho pudor, llega a expresar la ternura y el dolor. Era una figura a reivindicar, una voz que te transporta, necesitaba ser mucho más conocido.

—¿Qué se ve desde el escenario con gafas oscuras?

—Se ve una oscuridad cómplice. Las gafas oscuras son mi alter ego, un arma estética que se ha convertido en ética. Permiten que siga siendo mujer de a pie cuando voy sin ellas.

—Las gafas también le ayudan a que no le descentren los teléfonos móviles de los espectadores que graban.

—No me gusta que lo hagan. El que graba un viaje o un concierto todo el tiempo, se los pierde. Hemos de dejarnos impresionar por lo que estamos viviendo, experimentarlo con los cinco sentidos.

—¿Tenía previsto el correr de los años?

—Qué va. Cuando veo el carné, digo que no es posible que tenga los años que tengo, porque sigo siendo muy joven y sin la sensación de haber llegado a la meta, sino de encontrarme ante una larga escalera. Estoy aprendiendo porque quiero ser sabia, con la ventaja de trabajar en mi vocación.

—¿María Isabel Quiñones hubiera respondido de otra manera?

—No, porque son la misma persona, la cara A y la B de una mujer con muchas ganas de dar y de aprender a recibir.