A pesar de perder un diputado, que gana el PP, la izquierda balear no ha salido mal parada de las elecciones de ayer. La recomposición en el campo de la derecha es mucho más nítida: el PP recupera la segunda posición, obteniendo dos diputados, los mismos que Vox y Podemos, que pasa a la tercera posición, pero lo más espectacular, el resultado que sobresale por encima de cualquier otro, es el estrepitoso hundimiento de Ciudadanos, que no es que pierda el diputado que había obtenido en abril, sino que padece una hemorragia en Balears y toda España que solo tiene un parecido precedente: la desaparición de UCD en las elecciones de octubre de 1982.
Con la desintegración de facto de Ciudadanos fenece en España lo que quiso ser centro político liberal, reconvertido, por decisión de Albert Rivera, en un apéndice del PP, que no hacía ascos a aliarse, vergonzosamente, con la extrema derecha de Vox, cuya crecida en España es tan colosal como preocupante. Ese es, junto a la elevada abstención registrada en Balears, el guion que han escrito las elecciones de ayer. Los socialistas se conforman. Los socialistas de Francina Armengol harán bien en conformarse con el resultado conseguido: llegan los primeros. El PP no les supera y, además, se encuentran con que el tercer partido es Podemos, con lo que la izquierda puede hablar de que ha resistido, pese a su enfrentamiento fratricida, que se remonta a los años veinte del pasado siglo, y al empuje con el que la derecha se presentaba a las elecciones, pensando que tenía la clara oportunidad de revertir los resultados de abril, absolutamente catastróficos. No ha sido así. PP y Vox se hacen con dos diputados cada uno quedando los otros cuatro en manos de los socialistas y Podemos. Es un empate que efectivamente revierte la victoria de las izquierdas en abril, pero no modifica sustancialmente la relación de fuerzas existente en el Parlamento balear, de donde, con los resultados de ayer, crecerían PP y Vox, pero desaparecería Ciudadanos. La mayoría de izquierdas actualmente existente en la Cámara se sostiene. Sintetizando, Balears no ha girado a la derecha, sino que ha redibujado, en sus líneas esenciales, lo ocurrido en abril y mayo. La derecha del PP, aun recuperando el segundo diputado, queda en peor situación por una simple razón, que es la misma que le atenaza en España: la enorme emergencia de Vox le impide deslizarse hacia el centro. Al menos, cualquier movimiento en este sentido se topará con una opción radicalmente extremista, de nítidas reminiscencias del peculiar fascismo español nacional católico, y el placaje no tendrá descanso. La papeletea de Pablo Casado, habiendo crecido lo perdido por Ciudadanos, es un resultado endiablado; qué tendrá que hacer para ser percibido como un partido moderado sin que abra las puertas a la entrada en tropel de Vox en sus bolsas electorales. La pregunta por ahora carece de respuesta fiable.
Al PSOE no le ha salido forzar la alambicada repetición de elecciones. Sus resultados son prácticamente los mismos que los cosechados en abril. Dato a tener en cuenta: uno de los diputados que pierde es el tercero obtenido en abril en Balears.
Pero el resultado no oculta que la investidura volverá a ser una tortura; no tanto por Podemos, sino por la necesidad insoslayable de contar con los nacionalistas catalanes, que, reiterémoslo, tienen a sus líderes en prisión condenados por el Tribunal Supremo. Igual que en abril, pero con una sustancial diferencia: entonces una mayoría de centro izquierda de 180 escaños se lograba con PSOE y Ciudadanos. Después del 10 de noviembre de Ciudadanos apenas queda un débil recuerdo que se desvanecerá en el tiempo. La crisis del régimen del 78 está hoy más cerca que nunca.
