Vaciar de coches la ciudad es un objetivo global. Londres cobra una cantidad disuasoria para entrar en la City. Ciudad de México regula la circulación según el nivel de emisiones de cada vehículo. La capital de España baila la Yenka con Madrid Central. Shanghái subasta las autorizaciones para utilizar sus calles. Barcelona vetará los coches más contaminantes a partir del 1 de enero de 2020.

Los problemas de movilidad y contaminación requieren medidas globales. Las acciones aisladas son insuficientes. El Consell de Mallorca prevé construir aparcamientos junto a estaciones de autobús y tren en los pueblos de Mallorca. El objetivo es que los habitantes de la part forana olviden el vehículo particular cuando se trasladan a Palma por razones laborales, sanitarias, burocráticas o para ir de compras. Si lo consigue, desatascará las calles de la ciudad y las carreteras de acceso.

La iniciativa de Iván Sevillano, responsable de Movilidad, es loable, pero se quedará en una gota de agua si no va acompañada de actuaciones decididas en otros aspectos del transporte público. Por ejemplo, la aplicación efectiva del Plan de Movilidad, que busca reducir antes de 2026 un 20% el uso del coche privado. O que se hagan efectivas cuanto antes las concesiones del transporte por carretera, comprometidas a incrementar el número de servicios y sustituir los anticuados autocares que hoy circulan por la isla.

Los grandes objetivos necesitan acompañarse de detalles. Que los trenes estén limpios y que sea posible respirar en hora punta. Que los precios resulten atractivos sobre asfalto y sobre hierro. Que sean puntuales. Que combinen precio y servicio con la EMT palmesana. Y, sobre todo, que se convenza a los conductores de que el uso del coche privado es absurdo porque es más caro y menos eficaz para desplazarse por la isla. Algo que hoy parece una utopía.