Juan Carlos es pura energía y sus ojos sonríen cuando habla de su trabajo, de su hija, de los poemas y canciones que escribe. La cara se le ilumina incluso cuando habla de pagar el alquiler. Porque para él ahora "poder pagar las facturas y llenar la nevera es un placer".

A sus 30 años recién cumplidos, Juan Carlos Perico Chonco se emociona al pensar en el cambio que ha dado su vida. Era un adolescente cuando llegó de Guinea Ecuatorial. Vivía en Madrid con su madre, hermanos y algunos primos. Le gustaba escribir, aunque en clase el profesor le llamaba "el niño listo vago".

En 3º de ESO aparcó los estudios. Su madre falleció. Y todo se torció. Dejó de escribir sus poemas, sus letras, sus reflexiones. Fue una época muy complicada, de vivir al filo.

"Yo he hecho la vida de la calle, lo he pasado muy mal... vivía con miedo, pasé hambre, vendía estupefacientes... no es agradable", cuenta. Hace dos años que vino a Mallorca. Un primo suyo residente en Palma le dijo que igual aquí tendría más oportunidades. Se vino a vivir con él.

Subsistía con los trabajillos que le iban saliendo, todo sin declarar al carecer de permiso de trabajo. En una isla en la que "es muy caro vivir", sus escasos ahorros comenzaron a menguar rápidamente.

"Buscaba una oportunidad y en Cáritas no perdieron la fe conmigo", se emociona. Con ayuda de Silvia, la trabajadora social que lleva su caso, consiguió tramitar elpapel de la Seguridad Social que necesitaba: "Yo quiero cotizar y aportar a la sociedad", explica concienciado.

En Cáritas asistió a un curso de auxiliar de camarero. Luego hizo las prácticas en el UM Beach House Portals. Se entregó tanto que el jefe le dijo:"Usted se queda". Y ahí ha estado todo el verano y ahí sigue. "Soy feliz, estoy relajado y estoy bien, llevo dos meses soñando despierto".

Para él, esta oportunidad ha sido "un rayo de sol"; como si le hubieran dado "un vaso de agua cuando se estaba muriendo de sed".

Esta oportunidad, que él ha sabido aprovechar poniendo toda su buena disposición, le permite vivir con una red de seguridad tras mucho tiempo balanceándose sobre el alambre. Y eso le ha cambiado hasta su manera de relacionarse con el mundo: "Es como si hubiera salido de mi carcasa, yo era muy tímido y aunque me estuviera muriendo de hambre, como a veces me pasó, yo no decía nada".

Cuesta reconocer a ese Juan Carlos tímido y miedoso en el Juan Carlos de hoy: extrovertido, bromista, hablador, tranquilo, feliz y de nuevo con proyectos y sueños. Como hacerse un caminito en el mundo de la música, como su compatriota Concha Buika. Tiene cajas llenas de cuadernos con rimas en las que expresa su opinión o explica sus vivencias callejeras. Su nombre artístico, JayOne. Su plan, ahorrar para grabarse un disco. Otro sueño es volver a Guinea en algún momento y "formar parte de la revolución del cambio".

Ahora puede permitirse soñar. A las personas que estén ahora pasando un mal momento, Juan Carlos les diría "que no se rindan; que pidan ayuda; que se comprometan y se esfuercen todo lo que puedan; que no tengan miedo y que tengan fe en sí mismos y en el universo".

En Balears hay miles de ciudadanos por debajo del umbral de la pobreza como han recordado las entidades sociales en la Semana para la Erradicación de pobreza: más de 200.000 personas de las islas están en exclusión social y/o pobreza. Y es que aunque los indicadores son mejores que en el resto del país, la precariedad el empleo y el elevado precio de la vivienda se combinan de forma fatal.

Así no extraña la gran cantidad de personas que acuden a las entidades en busca de ayuda, siendo Cáritas la primer puerta a la que llaman tras los servicios sociales públicos.

Sandra Coaquira tiene 33 años y es una de estas personas. Vino a Mallorca en 2017 y decidió intentar crearse otra biografía tras haber pasado 12 años trabajando como interna en Madrid: "No tenía vida propia, trabajaba de 8 a 23 horas y solo libraba un día a la semana".

Fue la última de sus hermanos que dejó su Bolivia natal y se instaló en Madrid, con 19 años recién cumplidos y ya con un trabajo apalabrado. Tras más de una década trabajando en el servicio doméstico, decidió buscarse una nueva vida y la isla le pareció un buen escenario. Se instaló en casa de una amiga al principio, ahora vive en una habitación que le alquila una familiar: "Los pisos son muy caros".

La búsqueda de empleo parecía imposible. Para los trabajos que le interesaban le pedían una experiencia que no tenía y no estaba dispuesta a volver a su anterior ocupación. Un día paseando por Palma encontró la oficina de Cáritas por casualidad. Entró y le ofrecieron hacer un curso para formarse como camarera.

Fue contratada en el chiringuito de Ciutat Jardí en el que había hecho las prácticas: "Mi vida se ha solucionado", valora esta joven, que ha ido haciendo todos los cursos que ha podido (inglés, informática, ofimática, peluquería...). A sus 33 años, se siente orgullosa de "haber podido salir adelante sola", aunque reconoce que no siempre ha sido fácil y que al llegar sintió cierto vértigo.

Como Juan Carlos, ahora Sandra también puede permitirse soñar con qué hacer con su futuro. Ha aprendido a hacer un currículum y se ha esforzado en llenarlo. Le gustaría ser profesora, pero no se ve preparada para asumir la enseñanza en catalán. Ahora acabará la temporada y después irá a visitar a sus padres a Bolivia. Después aún no sabe qué hará, pero sí sabe que está mucho mejor preparada para afrontar el futuro con más seguridad. Le gustaría seguir viviendo aquí: "Me gusta mucho Palma".

Pauline Mbevi es otra superviviente. Es madre soltera, un perfil que se repite en los estudios de la pobreza: "Yo ahora estoy mejor porque trabajo, pero estoy en otra pobreza, ser madre soltera me dificulta el 99% de las situaciones". De 42 años, salió huyendo de la pobreza de Kenia ("donde hasta los universitarios vagabundean por la calle") y entró en España con un visado de estudiante hace más de dos décadas. Ha vivido en muchos sitios y se instaló en Mallorca hace cinco años.

Aquí trabajó de servicio doméstico en dos casas. En una de ellas, estuvo de interna en condiciones denunciables: le pagaban 700 euros al mes por limpiar la casa y atender a una persona con dependencia total, con solo un día libre.

Conoció a Conchi, una trabajadora social de Cáritas, en sa Indioteria. Le ofrecieron un curso de auxiliar de cocina e hizo las prácticas con Miquel Calent, en el Cuit, el restaurante que el famoso cocinero tiene en el Hotel Nakar de Palma. Calent lamentó no poder contratarla al tener la plantilla completa, pero se encargó personalmente de recomendarla a un hotel, donde sigue trabajando. Para ella, Calent es uno de los ángeles de la guardia que se encontrado en la vida.

Ha pasado momentos duros. Como cuando se quedó sin sitio donde vivir: "Casi acabé en la calle, pero en situaciones límite sacas fuerzas que no sabías que tenías".

Cuando estaba sin trabajo, acudía a Cáritas en busca de alimentos. También le ayudaron con los gastos de la guardería. Pero ella quiere "valerse por sí misma" y, aunque los gastos mensuales le ahogan no quiere pedir nada más: "Hay quien lo necesita más que yo, las ayudas no son para abusar".

Aún no sabe qué hará cuando el hotel acabe la temporada. Pero sabe que sobrevivirá: "No sabes cómo, pero al final sobrevives".

Xarxa per la Inclusió Social-EAPN

Andreu Grimalt es director de la Xarxa per la Inclusió Social-EAPN y teme la llegada de una nueva crisis: "No hemos aprovechado las lecciones de la anterior para construir otro modelo de sociedad", lamenta, "hemos perdido oportunidades para impulsar sectores alternativos al turismo y la construcción". En su opinión, el modelo de recuperación aplicado ha generado "otro gigante con pies de barro" al apoyarse en "trabajos poco cualificados, mal remunerados y temporales: si hay una desaceleración, estos trabajos caerán y mucha gente también caerá".

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