Enrique Santiago, que recaló ayer en Palma para participar en un acto junto al coordinador general de EUIB, Juanjo Martínez, acredita una larga experiencia en temas de derecho internacional. Fue el abogado que firmó la solicitud de detención del dictador Pinochet en Londres.

P La suya sí que es una 'profesión' de riesgo: negociador. Sobre todo, en un país como éste donde la negociación se interpreta muchas veces como cesión y la cesión, como derrota.

R Bueno, no soy un negociador profesional. La negociación es la única forma civilizada de resolver conflictos. Es una práctica muy aconsejable en cualquier faceta de la vida. Cada persona u organización tiene su punto de vista y de lo que se trata es de construir espacios comunes

P España es un país que 'arde' sólo con mencionar la figura de un simple relator.

R En España hay una cultura testosterónica. Falta el hábito de negociar y falta reconocer la importancia de construir acuerdos.

P En Colombia, se logró un acuerdo de paz tras décadas de conflicto entre las FARC y el Estado. ¿Cómo llegó a participar en esas conversaciones de paz?

R Hubo un proceso de selección para dar asesoría jurídica a las FARC. Los países garantes plantearon a las FARC que debían tener asesoría jurídica de su confianza, sobre derecho internacional humanitario, penal... Propusieron una serie de candidatos. Yo llevo trabajando toda la vida temas de derecho internacional y derechos humanos. La solicitud de detención de Pinochet a Garzón la firmé yo como abogado de la acusación particular de víctimas y de Izquierda Unida. De las propuestas que hicieron a las FARC, una era yo. Ellos me imagino que además de la cuestión técnica vieron mi actividad política en la izquierda española.

P ¿Qué lecciones extrajo de su participación en esas negociaciones?

R Cualquier conflicto puede solventarse de una forma negociada satisfaciendo los intereses de todo el mundo. Un conflicto sólo se puede solucionar estableciendo un marco conjunto, común. Hasta que no logras eso, no hay forma de avanzar para construir un acuerdo.

P ¿Son lecciones aplicables a la crisis en Cataluña? ¿O esto no hay quien lo arregle?

R Sí, sí, sería aplicable. Hay que ser capaces de establecer un lugar de encuentro, de conversación para los distintos actores políticos, pero abriéndolo también a expresiones sociales, culturales, sindicales. Que haya una mesa amplia donde se defina el marco común. No puede ser el que ha habido hasta ahora ni el máximo que se pide desde el otro extremo: un proyecto intermedio.

P El encono no debe de ser bueno para llegar a un acuerdo.

R Lo único que es positivo para alcanzar un acuerdo en Cataluña es que hay un empate catastrófico. Eso puede ser un incentivo para que cunda la racionalidad. Será muy difícil que una parte se imponga democráticamente sobre la otra, con las suficientes mayorías cualificadas. Ambas partes tienen que asumirlo y desprenderse de los objetivos predefinidos. Y pensar en una solución para centrarse en los problemas cotidianos de la gente.

P ¿En estos procesos, el 'feeling' personal es clave?

R Ayuda, pero no es determinante. El 'feeling' no es que la gente se ame. Pero sí que la gente asuma que no decides quién es tu interlocutor. Ése es el abc de cualquier negociación. Segundo, hay gente que piensa que el hábil negociador es el que menos se mueve y más duro es. Eso no sirve para nada. Un negociador duro es el que consigue el máximo número de objetivos y, para eso, necesitas crear confianza, empatía y guardar formas para que la otra parte no esté a la defensiva. La empatía lo facilita mucho. Hay que alcanzar acuerdos que te interesen sin llegar a acuerdos humillantes para la otra parte.

P Usted ha formado parte del equipo negociador de Unidas Podemos con el PSOE. Visto en perspectiva, ¿qué le resultó más complicado: la negociación en la selva

R Fue más difícil la de Madrid. ¡Había muy poco tiempo! Me sorprendió cómo se dejó pasar el tiempo desde las elecciones hasta las primeras reuniones, la semana antes de la investidura. Dos meses y pico sin empezar. Eso ya era mala señal. Fue una negociación contrarreloj, con tiempos tasados constitucionalmente para construir el gobierno de la décima economía del mundo. En tan poco tiempo, sólo se podía hablar de ministerios. Al margen de cargos, lo importante era definir qué proyecto queremos, los grandes objetivos. Y, a partir de ahí, es más sencillo hablar de ministerios. En ningún momento se intentó definir un proyecto colectivo.

P ¿Hubo 'feeling' entre los negociadores?

R Yo intenté tener el máximo feeling con todo el mundo. Pero en estas negociaciones, siempre está el que entiende que negociar bien es poner muchos obstáculos. Y el que entiende que ésa no es la vía para negociar.

P ¿Con Twitter se negocia peor? Lo digo porque no me imagino en su momento a Suárez y Carrillo en plena Transición lavando sus trapos sucios a golpe de tuit. Y esto hoy en día pasa.

R Se negocia de pena. En las negociaciones en Cuba [entre las FARC y el Gobierno colombiano] todo el mundo se cuidaba muy mucho de no filtrar absolutamente nada y de no sacar la discusión de ámbitos reservados para no crear terremotos políticos.

P ¿El fracaso de la negociación hipoteca futuras conversaciones entre Unidas Podemos y PSOE?

R Hombre, no es la mejor forma de empezar una futura conversación. Pero no es un impedimento absoluto. El acuerdo de gobierno entre las FARC y el Gobierno colombiano se consiguió a la cuarta. Deberíamos haber aprendido qué es lo que se hizo mal. Si te lo vuelves a tomar con la tradicional testosterona española de a ver quién queda por encima del otro, ahí vamos mal. Todo lo trabajado debería servir, por el bien del país, para evitar que haya un gobierno de derechas.

P Las derechas sí que negocian bien entre ellas.

R La derecha no tiene ningún problema. Sabe definir cuál es ese proyecto común del que yo hablaba antes. En su caso, consiste en no perder sus privilegios.