Guillem tiene 71 años. Trabajaba de profesor en el Institut Politècnic y era "un entregado a la profesión": participaba en el movimiento de renovación pedagógica; se iba al extranjero a seguir formándose... ¿cómo iba a tener él un trastorno de salud mental?

"No, yo no. Algún día tengo un bajón, pero yo estoy bien. Yo no puedo estar enfermo, ni con depresión, ni tener un trastorno de personalidad..." Eso se decía Guillem Daviu, que tardó años en aceptar que sí, que tiene un trastorno de salud mental.

No está solo, ni mucho menos. Una de cada cuatro personas tiene, ha tenido o tendrá, un trastorno de este tipo: 185.000 personas en Balears. Y sin embargo, la salud mental aún es la gran desconocida. Y de ese desconocimiento surgen mitos, prejuicios, miedos.

Este profesor, que se prejubiló a los 52 años, pasó una década escondiendo a su familia que no se sentía bien, hasta que en 1995 tuvo que ser ingresado en Son Dureta. Hoy ya no solo no oculta lo que le pasa, sino que lo explica sin apuro ante micrófonos o cámaras.

Porque hoy Guillem es un miembro de Obertament, el proyecto contra el estigma impulsado por 3 Salut Mental. Es un convencido activista. Como Mar, Neus, Miquel Ángel, Sabina... y una larga lista de guerrilleros más.

Aceptación

Asumir para seguir adelante

La vida no se anda ni con preavisos ni con instrucciones. Y aunque la estadística de la salud mental habla de una alta prevalencia, nadie piensa que le va a tocar. Por eso, ese momento de aceptar que uno está mal no es fácil.

Neus Serra combina sus estudios de Integración Social con diferentes trabajos. Tiene una hija de cuatro años. Empezó a desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria a los 10 años, que no le diagnosticaron hasta los 14. Ella lo negaba todo, hasta que la ingresaron por primera vez: "Ahí vi que tenía un problema, cuando pensé que quería parar y vi que no podía". Y se dijo: "No quiero vivir así".

Mar Abrines es trabajadora social. Tuvo un brote psicótico hace cinco años: "Entré en un estado desconocido, una ruptura con todo lo que había conocido". Tanto a ella como a su familia les costó asumir la situación al principio. Participar en Obertament le facilitó aceptarlo y "salir del armario a lo grande".

A Miquel Àngel García hoy se le ve risueño y bromista. Pero se pasó años encerrado en su casa. "Sin ganas de vivir, sin ganas de nada". Así llegó a la Fundació Es Garrover. El primer día salió asustado: "¡Pero si me han metido con los chalados!". Habló con su familia, habló con el psiquiatra. Y evolucionó de la no aceptación al orgullo activista. Hoy trabaja allí: "Soy uno más y voy con la cara bien alta".

Ya de muy joven Sabina Pons sabía que le pasaba algo, pero ¿qué? Tuvo su primer ataque de pánico en los años 80, cuando apenas había información accesible y proyectos como Obertament eran inimaginables. Ése no saber era su tortura. Cuando estudiaba Periodismo vio una entrevista de una psicóloga en El Periódico que describía exactamente lo que le pasaba: "Nunca en mi vida he experimentado un alivio así: no estaba sola".

Diagnóstico

La etiqueta médica

Sabina llegó a pensar que su caso era una rareza tal que acabarían acuñando un síndrome con su nombre, por eso el poder decir depresión, agorafobia y miedo escénico fue para ella una liberación.

En la salud mental no siempre es fácil lograr un diagnóstico certero. Tanto a Neus como Mar les han dado más de uno y aún no están de acuerdo al 100%. La primera sí se reconoce en el trastorno límite de personalidad, pero no en otras patologías que le han asignado tras tener varios brotes psicóticos. A la otra joven le cuesta verse identificada cuando le dicen que tiene un trastorno psicótico inespecífico: "Al final, más allá del nombre, me quedo con que tengo un malestar psíquico y emocional que requiere ayuda y tratamiento".

Para Sabina ése es el nexo de todas las dolencias mentales, por dispares que sean: "Es lo que nos hermana, ese sufrimiento psíquico profundo que en determinados momentos nos impide llevar una vida 'normal': funcionar, tener energía, ir a Mercadona, relacionarse..." (cuestionando lo de 'normal' porque el debate sobre si es la sociedad y el sistema el que está enfermo sigue ahí).

Vivir con un trastorno

Combate contra el mito

¿Cómo es vivir con un trastorno así? Depende, hay temporadas y momentos mejores y peores y episodios que requieren más apoyo que otros.

"Es clave tener ayuda y esperanza", dice Guillem. Neus y su familia lo viven como "una lucha que no se termina, un estar en alerta cada día". Para Sabina es como "cargar un yunque de cinco kilos desde que te levantas" y tener que dar explicaciones que no siempre se entienden o que se aceptan con "escepticismo".

La lucha contra el mito es constante. "A nadie con un tumor en la rodilla le dirán 'venga, no es para tanto, vete a correr la maratón", ironiza, "pero a mí con el miedo escénico me dicen 'mujer, esto tienes que superarlo'".

Respecto a la depresión le molesta que siempre aletee alrededor la sombra del fraude laboral. Esa sospecha de que las enfermedades de salud mental son fingidas o exageradas es habitual.

Cuando era pequeña, a los padres de Neus le decían que lo hacía "para llamar la atención". Le dolía mucho.

A Mar le fastidia que le insinúen que su trastorno es culpa suya. Sabina no soporta que algunos médicos y farmacéuticos le hagan 'mendigar' la medicación: "¿Qué se creen? ¿Que soy adicta? ¡Yo soy la primera que quisiera no tener que medicarme cada mañana!", se indigna. Guillem recuerda a un amigo suyo que un día le preguntó: "Con 'esto' tuyo, ¿no hay un poco de cuento?".

No ven maldad en este tipo de comentarios, sino ignorancia: "Quizás yo mismo pensaba así antes", reconoce el profesor. Miquel Àngel interviene: "Yo antes era el primero que decía 'los chalados'... hasta que no lo pasas, no sabes lo que es". Mar recuerda otro mito doloroso que le da especial rabia: el que les asocia, sin fundamento, con la violencia.

Para la familia y el entorno en general desmitificar estos trastornos y asimilar la situación tampoco es fácil. Estos activistas han tenido siempre a su familia ahí, pero algunos sí han perdido amigos por el camino: "Lo acepto y asumo", indica Miquel Àngel. De nuevo, aparece la aceptación como punto de partida imprescindible.

Sanidad pública

Infradotación y poca sensibilidad

A pesar de que es un problema de salud pública de primer orden, la salud mental ha sido siempre la gran olvidada del sistema sanitario público.

En Balears se están dando pasos para darle la atención que se merece, con el Plan Estratégico de Salud Mental 2016-2022 como hoja de ruta, pero queda muchísimo por hacer. Los activistas de Obertament reclaman muchos más recursos (apenas hay un centenar de psiquiatras y 68 psicólogos en el sistema balear) y más formación y toneladas de sensibilidad por parte de los profesionales de la salud.

"Esto no es una rotura de tibia, has de entenderte con el profesional y que haya una comunicación; que haya amor, entendiéndolo como el respeto, el no juicio...", apunta Sabina, que tiene en su memoria demasiados episodios de "profunda incomprensión" en centros de salud.

Por eso, la red privada ha sido su red: "Con todo lo que me he gastado en médicos y tratamientos, ahora podría tener un chalet en Son Vida". Guillem es "un gran defensor de la sanidad pública", pero también recurre a la privada porque no se entendía con el profesional que le asignaron en la red pública y no le permitieron cambiarse: "En estos casos deberíamos poder elegir, paciente y psiquiatra se han de entender".

El profesor sostiene que en el caso de la salud mental el dicho de "no hay enfermedades sino enfermos" es más cierto si cabe que en otras patologías.

Neus ha vivido varios ingresos y cuando era joven echaba en falta más trabajo terapéutico: "Me ingresaban y cuando me veían más gordita, pues a casa y ya está".

Valora que hoy tiene servicios como el grupo específico de trastorno límite de personalidad y solo tiene buenas palabras para el Hospital de Día al que ha ido diariamente durante el último año, pero esta estancia se ha terminado y ya no podrá seguir yendo con el psicólogo que la estaba ayudando: "Ahora para derivarme al psiquiatra han tardado tres meses en llamarme para darme cita; pedí un psicólogo pero me dijeron que tenía como mínimo para tres meses más y, claro, me he buscado uno por mi cuenta en la privada".

Mar califica de "surrealista" el trato que ha recibido por parte de algunos profesionales: "He encontrado mucha incomprensión por parte de un personal que debería estar sensibilizado", deplora.

La joven activista habla de "paternalismo, sobreprotección y juicio constante" y reivindica que solo exigen, como el resto de pacientes, un trato "justo, humano y de ayuda".

Van notando cambios, pero es difícil compensar tantos años de desconocimiento e infradotación presupuestaria.

Ellos seguirán presionando, contando su historia, poniendo cara a los problemas de salud mental y explicando con serenidad cómo es vivir con uno.

Tienen dos mensajes claros. A los que están pasando por lo mismo les dicen: "No estás solo, vamos a ayudarte sin juzgarte". Al resto de la sociedad le recuerdan: "Yo no soy mi trastorno". Claro que no. Ellos son activistas.