Las religiones no matan. Son los hombres que las profesan quienes las han esgrimido y aún las esgrimen para cometer crímenes atroces. Todas las creencias acumulan episodios nefastos para la historia de la humanidad. Todas tienen personajes que se consideraron ungidos por la verdad de su dios para imponer a sangre y fuego ritos y dogmas a los pueblos que profesaban otros credos.

Con este planteamiento inicial es lícito opinar que la asignatura que enseñe los valores de una determinada fe puede ayudar a evitar desmanes futuros.

Sin embargo, la oferta de religión islámica en los colegios de Balears requiere un debate previo: ¿son las aulas el lugar apropiado para impartir esta asignatura? Los detractores argumentan que la religión pertenece al ámbito íntimo de la persona y que su divulgación es responsabilidad de las familias y de las iglesias, mezquitas o sinagogas.

Quienes defienden la postura contraria esgrimen que la religión es cultura. La historia del arte, la de la filosofía o la geopolítica no se entienden sin un conocimiento de las religiones. ¿Cuántos profesores podrían impartir una lección sobre inmigración esgrimiendo, por ejemplo, la historia del Libro de Ruth?

Otro argumento a favor, el que defiende el director general de Planificación del Govern, es el de la Constitución y la ley de 1992.

Sobre el enconamiento que provoca la enseñanza de religión, en este caso la islámica, basta ver como dos organizaciones radicalmente distintas como Vox y el sindicato UOB coinciden en su rechazo, aunque sea con argumentos radicalmente distintos.

Las religiones deben estar en las aulas porque son cultura. Su proselitismo corresponde a los templos. Los colegios pueden contrarrestar a los fanáticos que desde los santuarios pretenden que en nombre de su dios, el que sea, hay que sembrar odio entre la humanidad.