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Oriol Bonnín, un cirujano humilde que nos enorgullece

Oriol Bonnín quería ser periodista, imaginen el desperdicio de una persona excepcional. Ha acabado triunfando en otro oficio sangriento, pero que ofrece el consuelo de un final feliz. En especial, para los seis mil mallorquines que pusieron el corazón literalmente en su manos.

Una pericia técnica bordeando lo sublime no basta, para explicar la fenomenal acogida que la siempre ríspida Mallorca ha brindado a su médico favorito. Le he visto desesperado, mostrando esos dedos de yemas aplastadas que parecen fabricados para explorar las últimas vicisitudes de la anatomía, porque manualmente ya no podía alcanzar un mayor grado de perfección y penetración.

De nuevo, lo anterior no basta. Ni su coautoría del primer transplante de corazón serio de España, ni la condición de cirujano de Cruyff pero solo después de abrirle la caja a un ciudadano anónimo que tenía programado ese mismo día. El doctorado honoris causa a Bonnín debe respetar la entrega absoluta y casi culpable a su profesión, otro rasgo del periodismo antiguo. "Es una decisión que tomé conscientemente. Me he creado la obligación moral hacia los pacientes que te piden que les operes, un trabajo del que me siento satisfecho y orgulloso. Con el tiempo crece mi remordimiento, por haberme dedicado demasiado a los enfermos en detrimento de mis allegados". Un hombre humilde que nos enorgullece, el único cirujano por el que desean ser operados los médicos que le critican.

A menudo cuesta olvidar las traiciones y carencias de la UIB, pero la coronación de Oriol Bonnín honra a la comunidad académica, y cabe reconocer que fue aprobada sin disidencias en el Consell de Govern de la institución. ¿Por qué? Muy sencillo, porque todos los miembros de la cúpula tenían a un familiar rescatado a vida o muerte por el cirujano.

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