En septiembre de 1995, Jacques Chirac, fallecido este jueves, llegó a Mallorca en plena polémica por los ensayos nucleares franceses en la isla de Mururoa, a los que se oponían claramente los países del Norte de Europa y las organizaciones ecologistas, que le perseguían sin piedad en cada comparecencia pública.

Llegó también alineándose con el Reino Unido en contra del acuerdo de Shenguen sobre la eliminación de trabas en los controles fronterizos. Y lo hizo, asimismo, manteniendo una calculada equidistancia entre los intereses británicos y alemanes sobre la necesidad de profundizar en la integración de la entonces Europa de los Quince.

Cuando pisó Mallorca para asistir a la cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea en Formentor [vea aquí las imágenes, el exalcalde de París llevaba solo cinco meses en el Elíseo, aún se estaba descubriendo al mundo y no era todavía, ni mucho menos, el estadista, el referente de la derecha, el heredero de De Gaulle o el político de gran popularidad en que se conviertió al final de su mandato (1995-2007), cuando sus seguidores lo describían como un presidente de la República "humano, cultivado, cercano, franco y honesto", tal como recoge su biógrafo Pierre Péan, que también constata en esa obra su antiespañolismo y el desprecio que sentía por todo lo que significó la Conquista de América.

Era el penúltimo año del Gobierno de Felipe González, y por decisión y "obsesión personal" del líder del PSOE durante la presidencia española de la Unión, Formentor celebró una cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, profundizando un poco más en la tradición del hotel que fundó la familia Buadas como escenario de foros internacionales de primer nivel, tanto culturales como políticos.

Europa sufría entonces una profunda división en los principales temas pendientes de resolver: la política exterior y nuclerar, la unión monetaria, la financiación de la ampliación a los países del Este y, sobre todo, el obstruccionismo británico para que la reforma del Tratado de Mastricht desembocara en un mayor integración.

Y, como reconoció el propio Felipe González, la cumbre española de Formentor no supuso avance alguno en la Unión Europea."Hemos decidido no decidir nada, que no haya conclusiones, cosa que ha hecho extraordinariamente fructífera la reunión", manifestó al final del encuentro ante el pasmo de quienes le escuchaban.

A falta de acuerdos, Chirac definió la cumbre de Formentor como "útil y simpática", mientras se mostraba orgulloso de que algunos países le hubiera mostrado su apoyo a los ensayos nucleares de Mururoa y se mostraba obsesionado con el narcotráfico, el crimen organizado y el terrorismo, argumentos sobre los que sustentaba su postura contraria a la eliminación de trabas en los controles fronterizos.

En las conclusiones de la cumbre mallorquina pesaron más las diferencias entre los líderes de la Unión Europea que los acuerdos. Y la presencia y la postura de Chirac costató la ruptura del eje franco-alemán tras el largo idilio entre Alemania y la Francia del europeísta Mitterrand.

Alemania se había quedado sola como la única valedora dispuesta a defender los empeños que suponía Maastrich. España todavía estaba lejos de ser considera un actor protagonista en el tablero de la Unión.

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