El pasado sábado, el Times de Londres titulaba a toda portada que "El gigante de las vacaciones. El diario de Robert Murdoch goza de la difusión y solvencia suficientes para alertar a las instituciones autonómicas, por las inevitables repercusiones en Mallorca si algo huele a podrido en Thomas Cook. Por desgracia, el Govern y el Consell estaban muy atareados para reparar en la caída del segundo suministrador mundial de turistas a la isla.

Por si las repercusiones del colapso del patriarca de las vacaciones no quedaban claras, el Times adjuntaba en dos páginas que "150.000 británicos se arriesgan a quedarse varados en el extranjero" y que "150.000 turistas se quedan en el limbo mientras Thomas Cook lucha para sobrevivir". No se necesita un máster para deducir que numerosos lotes de esos afectados corresponderían a Mallorca. Sin embargo, las deficiencias límbicas de Govern y Consell los mantenían en el limbo.

El hundimiento de Thomas Cook no es una muerte anunciada, sino radiografiada desde meses atrás en sus pormenores más insignificantes. Excepto en Mallorca, donde no se ha adoptado ninguna medida preventiva sobre un desastre incubado con la antelación suficiente. Nadie espera la mínima planificación del Govern y el Consell, pero dónde están los infinitos vectores de la sociedad civil y demás instituciones paniaguadas.

Gabinetes de estudios, facultades de turismo y ONGs han convocado este año decenas de actos sobre la asignatura turística, la actividad teórica más mortalmente aburrida del planeta. Curiosamente, entre toda esa hojarasca no se mencionó como asunto prioritario que Thomas Cook dejaría de operar en plena temporada. Abundaban en cambio las menciones a la ecotasa, o "ecofarsa", como le gusta llamarla a Gabriel Escarrer Júnior. El impuesto turístico desnaturalizado por el Govern ha resultado menos mortífero para los hoteleros que su socio en quiebra.

De hecho, el consejero delegado del operador desaparecido viajó en junio a Mallorca para burlarse de los especialistas locales. Peter Fankhauser se colocó a la altura de Ruiz Mateos al anunciar la inversión de ¡40 millones! en siete nuevos hoteles en Balears. Nadie le llevó la contraria, tres meses atrás. La secretaria de Estado de Turismo, la mallorquina Bel Oliver, se sintió tranquilizada por el vendedor de crecepelos de Thomas Cook.

Esta omisión culpable demuestra que la ciencia turística se halla en Mallorca a la altura de los foros de Urdangarin, en los cuales participarían entusiastas todos los pseudoexpertos citados. El folklorismo académico desmonta el axioma de que solo el turismo preocupa en la isla. Ojalá fuera así. Si la sociedad civil ovacionaba el falso REB mientras se hundía el verdadero gigante turístico, es porque no les preocupaba lo más mínimo ni la industria de los forasteros ni la economía que se extiende más allá de sus bolsillos individuales. En los años noventa, cuando imperaba la dictadura de los operadores turísticos que estrangulaban a los hoteleros mallorquines, los panoramas regionales de la Unión Europa vaticinaban que la concentración de Balears en el turismo suponía su mayor debilidad (estratégica, añadirían los que no se han enterado de Thomas Cook). La UE alertaba de los riesgos del monocultivo, entre los que destaca la fragilidad derivada de la dependencia de un número reducido de suministradores de materia prima.

La economía mallorquina atraviesa su etapa Lehman Brothers, que tampoco era el más grande pero desató un cataclismo sin precedentes. Thomas Cook no es TUI, pero el gigante germano tampoco se encuentra demasiado bien. (Este final no se debe escribir, está ausente de los foros especializados).

"Hay sitios peores para quedarse atrapado"

El Govern y el Consell estaban entregados a sus ferias y fiestas, mientras el Reino Unido se preparaba para atender a sus miles de compatriotas varados en Mallorca. El regreso desde Son Sant Joan se había preparado con el mismo sigilo que la evacuación de Dunkerque, en una operación global que solo tiene precedentes en la retirada del continente en la Segunda Guerra Mundial.

Al igual que ocurre cuando Londres es víctima de un atentado, los británicos han vuelto a exhibir la flema que les emparenta con los mallorquines, según distinguidos autores. Camilo José Cela atribuía la residencia de Robert Graves en Deià a que su colega se había encontrado con un pueblo que le trataba con la misma indiferencia que sus compatriotas en un clima más apacible, los ingleses del Mediterráneo.

El distanciamiento curativo estaba presente en las declaraciones efectuadas ayer por los turistas ingleses repatriados desde Palma. En boca de una ciudadana inglesa cuyo testimonio recoge The Guardian, "por lo menos hemos disfrutado de una buena semana de vacaciones. Recibiremos una compensación y hay sitios peores para quedarse atrapado". Ni siquiera dan la culpa a los escoceses, como se apresurarían a hacer los españoles con los catalanes.

La caída de Thomas Cook, casi doscientos años después de su creación por un predicador, quiebra la alianza fundacional del turismo de masas que los hoteleros consideraban inviolable hasta hoy mismo.

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