Es lógico que el sector de la construcción ande preocupado por el descenso de la inversión en el sector. Sin embargo, cualquier empresario sabe que llevamos décadas sufriendo vaivenes. Locura al alza cuando sube la demanda y desplomes brutales en cuanto una crisis, pequeña o grande, asoma por el horizonte. Estos cambios están sujetos en un porcentaje desproporcionado no a las necesidades del mercado de la vivienda, sino a los de la especulación pura y dura.

Hay motivos para la desazón. No solo porque el debilitamiento de la demanda afecta al empleo en la albañilería, sino porque miles de trabajadores están empleados en las industrias auxiliares. Puede preocupar, pero mentirá quien diga que se sorprende. El crecimiento ilimitado en una isla pequeña ya saturada no solo es imposible, también es un dislate.

Pero hay otra inquietud menos comentada. La plantea Francisco Lahílla de Comisiones Obreras: "Las empresas tradicionales de Balears intentan hacer las cosas bien porque pretenden seguir trabajando en las islas, pero algunas llegadas de fuera lo único que buscan es hacer el trabajo en el menor tiempo posible y marcharse después con el dinero".

Lo de siempre, negociantes foráneos, pero también locales, cuyo objetivo es exprimir la isla sin importar lo que dejan detrás. Y lo que queda son más accidentes laborales porque los obreros están menos preparados. Y construcciones de calidad dudosa en interiores y exteriores que no resistirán la prueba irrefutable del paso del tiempo. Y una obsesión por el dinero que, a poco que puedan, les lleva a tirar los escombros en cualquier parte.

Sobran quienes desdeñan la sentencia aristotélica: "A fuerza de construir bien, se llega a buen arquitecto". Desprécielos si alguno de ellos jura sobre la Biblia que ha venido a Mallorca a generar riqueza. Solo pretende a especular, explotar y llenarse el bolsillo.