Cualquiera que contemple la inmensidad del cielo, advertirá que la probabilidad de que dos aeronaves civiles se encuentren volando en el mismo punto y en el mismo instante es muy reducida. En especial, con los métodos contemporáneos de geolocalización. Los aviones se estrellan contra el planeta, en la mayoría de ocasiones. La hipótesis de la colisión en el aire sería casi despreciada por inverosímil en el guion de una película. Pues bien, este accidente imposible acaba de ocurrir sobre Inca con un balance de siete muertos, incluidos dos menores.

El accidente aéreo más grave de la historia de Mallorca también resalta por su atipicidad. La dificultad que entraña su materialización obliga a redoblar las preguntas sobre la seguridad de una isla que vive de la navegación aérea. El primer axioma de la teoría de colisiones es que los choques se ven favorecidos por la concentración de los vuelos, máxime cuando el siniestro ocurre en el aire.

Con un balance de siete muertos, no basta remitirse a los rutinarios comunicados sobre la seguridad aérea. Hay que demostrar escrupulosamente por qué en el cielo de Mallorca caben todas las variedades de navegación, sin límites. Se necesita tranquilizar a los residentes, persuadirles de que por el hecho de ser mallorquines no pagan el riesgo añadido de que el cielo se desplome sobre sus cabezas, una eventualidad que desde ayer pierde su calidad de presagio agorero.

En vez de enredarse con falsos tuits que no han escrito ni siquiera leído, las autoridades autonómicas y estatales deben responder un cuestionario muy sencillo. Por ejemplo:

¿Cuántos helicópteros hay en Mallorca? Buena parte de los nativos conocen el estupor de pasear por la menguante superficie rural y ver a uno de los insectos alados, donde nadie sabe qué regulaciones obedecen. También convendría explicar el criterio que permite a seres privilegiados este método de transporte, mientras los ciudadanos de a pie se someten disciplinadamente a los atascos en carretera.

Se amontonan las preguntas para los políticos tuiteros. Por ejemplo:

¿La absorción en Twitter de los representantes públicos Por si necesitan alguna pista, pueden acudir a la articulada testigo que ayer mismo declaraba que "vuelan muy bajo, siempre habíamos avisado de que iba a pasar algo".

Siete muertos obligan a plantearse si la isla es el lugar óptimo para dar cabida a todas las aventuras imaginables, o si la concentración de veinte millones de personas a lo largo del año obliga a conformarse con el coche y la bicicleta vulgares.

Y finalmente, así que Twitter se lo permita, los gobernantes pueden aclarar otro interrogante angustioso:

¿Se está jugando al límite con variedades de tráfico aéreo más poblado y rentable, estirando el axioma de que los aviones no colisionan en vuelo?

La única certeza es que ninguna de las preguntas anteriores recibirá respuesta. La movilización de los entes estatales no tiene por objeto el esclarecimiento de lo ocurrido, sino su ocultación a los ciudadanos bajo la jerga habitual. Jugando para empezar con el factor tiempo, dilatando durante meses una respuesta que la tecnología actual permitiría resolver en plazos breves.

Por tierra, mar y aire, Fomento no está al servicio de los ciudadanos que pagan a sus funcionarios, sino de la industria. Puedo certificar en primera persona la firmeza con la que se cierra en banda ante cualquier intento de penetrar en su estructura. Mintiendo, si es necesario, sobre la identificación de vuelos.

La versión más aproximada de la mayor tragedia aérea de Mallorca queda en manos de los testigos oculares, que vieron ayer puesta su vida en peligro por el descontrol del tráfico sin control aéreo. La famosa diversificación de la oferta se ha vuelto contra quienes solo conciben la isla como el plató de una experiencia de alto riesgo. Por fortuna, pueden confiar en el hermetismo del Estado, probablemente el único punto de complicidad entre La Moncloa y el Consolat. Comienza la maniobra de enterrar en el olvido a las víctimas efectivas y potenciales, porque el negocio debe continuar volando.