La picaresca es tan antigua como la humanidad. El lazarillo de Tormes, considerado el libro fundacional de un género literario típicamente hispano, fue escrito por mano desconocida en torno a 1550. Sin embargo, muchas de las historias que el protagonista narra en primera persona y en forma epistolar proceden de antiguos cuentos transmitidos oralmente.

Uno de los episodios más conocidos es aquel en el que Lázaro roba el vino al ciego que le ha educado a palos en el arte de subsistir gracias al ingenio y la pillería: "Yo con una paja larga de centeno que para aquel menester tenía hecha, la cual, metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches".

Los robos de electricidad podrían formar parte de esta tradición del pícaro hispano si los practicaran familias de escaso poder adquisitivo que avivan la imaginación para llegar a fin de mes. Sin embargo, resulta que las empresas y los productores de marihuana son los protagonistas mayoritarios de este fraude para lograr suministro eléctrico gratis total.

El pícaro actúa en solitario y solo piensa en sobrevivir. Su objetivo es que ningún día acabe sin llevarse un bocado de pan y un trago de vino a la boca. Nuestro defraudador moderno es un empresario que pretende mejorar la cuenta de beneficios y que, en opinión Jaume Fornés, probablemente oculta al fisco parte de la actividad económica que desarrolla. O, lo que es peor, es un cultivador de hierba que aspira a hacerse millonario con la venta de estupefacientes. Sabe que los consumos anómalos de electricidad son una de las pistas que las fuerzas y cuerpos de seguridad utilizan para detectar las plantaciones. Con la manipulación de la red eléctrica se intenta despistar a los investigadores.

La conclusión es que los pícaros del siglo XXI, contrariamente a lo que sucedía con Lázaro de Tormes, no nos hacen ninguna gracia. Son unos delincuentes de libro.