La vida de Aitor Martínez García, estudiante universitario de 27 años que cursa la doble titulación de Administración de Empresas y Turismo, no ha vuelto a ser la misma desde que la tarde del 26 de abril de 2017, cuando se encontraba estudiando, le sobrevino un intenso dolor de cabeza.

"Como hace todo el mundo, me tomé un ibuprofeno y me acosté a descansar porque me dolía mucho la cabeza. Al día siguiente tenía un examen a las ocho de la mañana y, me contaron después, hice algunas cosas inusuales como dejarme luces encendidas o cosas tiradas por el suelo. Pero cuando me alarmé de verdad es cuando intenté sacar el coche del garaje: Rocé todo su lado izquierdo, que es el lado en el que perdí la visión", comienza a relatar Aitor su percance.

La madre insistió en llevarle al médico pese a que Aitor le decía que solo era un fuerte dolor de cabeza: "Pues que me lo diga un médico", contestó inapelable.

Se presentaron en urgencias de Son Llàtzer a las diez y media de la mañana, aunque en el triaje no consideraron su caso de especial gravedad. Tuvo que esperar al cambio de turno, a las tres de la tarde, para que una doctora entrante decidiera hacerle un TAC y descubrir... un coágulo de sangre en la cabeza de tales dimensiones que estaba presionando la cavidad craneal.

Una UCI móvil le condujo de urgencia a Son Espases, donde le esperaban para conducirle rápidamente a un quirófano. "La presión intracraneal era tan fuerte que los sanitarios no daban crédito a que llegara al hospital consciente e incluso vivo. Me entraron por la ingle con un catéter para taponar la vena que se había roto (embolización). O al menos así me lo explicaron", prosigue Aitor.

Tras la intervención, permaneció una semana en la UCI y otras tres hospitalizado "para que la sangre que tenía en el cerebro se reabsorbiera". La intervención fue el 27 de abril de 2017 y el alta no se produjo hasta el 25 de mayo, confirma revisando sus papeles.

De esta estancia Aitor recuerda que era consciente de que había perdido prácticamente toda la visión de su lado izquierdo. Por eso reprocha ahora que le aseguraran que podría recuperarla sin hacerle ninguna prueba "objetiva" que certificara qué porcentaje de visión había perdido para cotejarla después con la que tuviera tras el alta para conocer la pérdida "real".

También reprocha que no se le ofreciera ningún tipo de rehabilitación para "adaptarse" a su nueva situación, medio ciego como se encontraba. "Mirando de frente, no veo nada por el lado izquierdo, no percibo ni mi brazo ni mi pierna izquierda", explica.

"Caí en una depresión"

"Cuando me dieron el alta, me sentí como si me dejaran en medio del mar sin saber nadar y sin manguitos. Me chocaba con las cosas cuando caminaba por la calle, me cortaba al intentar cocinar algo... caí en una profunda depresión", denuncia Aitor.

Tan solo encontró algo de ayuda en la Oficina Universitaria de Apoyo a Personas con Necesidades Especiales, organismo a través del cual ingresó en un programa de rehabilitación para adaptarse a su pérdida de visión impartido por el hospital Sant Joan de Déu. "Acudía una vez por semana pero enseguida me di cuenta de que había gente allí que lo necesitaba más que yo y renuncié. Quedaron en que seguiríamos en contacto por si los necesitaba tras la intervención", recuerda.

Porque ya antes de abril de 2018 a Aitor le habían asegurado que la embolización realizada un año antes no era definitiva, que le tenían que operar a "cráneo abierto" para ello y que antes había que hacerle la famosa resonancia del lenguaje para evitar perjuicios mayores."Han pasado más de dos años desde la primera intervención (la embolización de abril de 2017) y continúo en riesgo de sufrir un nuevo derrame ya que aún no está arreglado", concluye temeroso de que el episodio se repita mientras el IB-Salut decide cómo actúa con él.

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