El sida o sus variedades venían de asesinar en África desde hacía décadas sin que la sociedad occidental se diera por aludida. Pero a principios de 1980 llegó a la rica América del Norte y atacó a ricos y famosos. Rock Hudson, Anthony Perkins, Rudolf Nureyev, Arthur Ashe, Freddie Mercury o Isaac Asimov entraron en la lista de sus víctimas. Unos por sus prácticas homosexuales, otros por escarceos con las drogas y un tercer grupo, como Ashe o Asimov, porque recibieron transfusiones de sangre cuando en los hospitales aún no se controlaba una posible contaminación por VIH.

Desde que se descubrió el origen de la enfermedad hasta hoy han muerto más de 40 millones de personas. En la actualidad, la mayoría de infecciones y fallecimientos se producen en África. En el norte rico se invirtieron miles de millones en investigación y pronto se frenó la pandemia.

Primero fueron las medidas preventivas. Una vez detectado el origen y la forma de transmisión se fomentó el uso del condón, se planificaron campañas publicitarias para que los drogadictos no compartieran jeringuillas y se controló la sangre en las transfusiones.

Después se atacó la enfermedad. Los cócteles de medicamentos, cada vez más efectivos, convirtieron en crónica una infección mortal. Aún no se cura ni existe una vacuna. Pero, como me explicó ante mi estupefacción un banquero hoy condenado, siempre resulta más rentable que un cliente se endeude y pague intereses toda la vida, que devuelva el crédito antes de tiempo. Lo mismo vale para las farmacéuticas.

Dispensar el PrEp, el fármaco que previene el contagio del virus, es un avance más. El Govern hará bien en financiarlo. Mientras, continuaremos esperando la curación y la vacuna. Llegarán. En Occidente. Los pobres africanos seguirán llevándose la peor parte. Como sucede, también, con la malaria.