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Obituario

Cinto planas, el mejor ataque

Zanjé una discusión estúpida con un dirigente de La Vanguardia sobre su diario:

—Mi ventaja es que yo compro La Vanguardia, y tú no.

Es importante pagar por lo que leemos. Cinto Planas era adicto a La Vanguardia, y yo acudía religiosamente al estanco a comprar Última Hora cada mañana, con el único propósito de disfrutar de un miembro de la mejor y última generación que ha dado el periodismo mallorquín.

A mediodía, con una tortilla casera, en los comienzos de los ochenta me curaba de Pauling o incluso de Heisenberg para leer las negritas de la Gente de Planas i Sanmartí. Deslumbraba por su esgrima verbal, por su habilidad para desmontar a políticos que se merecían cada estocada, por su destreza al prenderle fuego diario a la hoguera de las vanidades. Su mejor defensa era un ataque en profundidad.

Por aquel entonces no imaginaba que un día escribiría en el Diario de Mallorca donde Planas empezó y acabó su carrera. Antes me hirió como a todos, un honor. Leídas hoy, sus crónicas todavía asombran por la frescura, por las dosis de imaginación, por atacar la actualidad desde perspectivas inesperadas. Cada día.

Ahora viene el sacrilegio. Planas, Antonio Pizá y Antonio Alemany componen un triunvirato imbatible en las trincheras del periodismo mallorquín de la segunda mitad del siglo XX, con Josep Melià y Andrés Ferret en torres más ebúrneas. No solo son los amigos, sobre todo son los enemigos que uno desearía tener. No podías hablarle bien a uno del otro, incluso se llevaron mutuamente a los tribunales. También son irrepetibles, ha triunfado la labor de esterilización de las facultades de Ciencias de la Información. En medio de la insipidez ambiental, recuerdo que fui feliz leyendo a Cinto Planas. Y pagando, como debe ser.

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