El engaño debe cesar. Balears no tiene un problema de vivienda. Ni en alquiler, ni en propiedad. El meollo de la cuestión es el disparatado incremento de la población. Las islas se han convertido en una presunta tierra prometida en la que todos aspiran a encontrar la oportunidad de su vida. Y, sin embargo, la renta per capita apenas es la séptima más alta de España. Muy lejos de la primera posición ocupada cuatro décadas atrás.

Los datos demográficos son espeluznantes. A principios de los años ochenta del siglo pasado la población de Balears no llegaba a los 700.000 habitantes; hoy supera el millón cien mil. En este mismo periodo la densidad ha pasado de 130 a 238 personas. En España está en 93. En el último año contabilizado, el incremento poblacional fue del 1,36%, 20.000 en números absolutos. Un disparate demográfico. Todo sin contar la población de hecho que ocupa una vivienda unos meses en busca de un trabajo o un ocio temporal.

Balears no solo tiene un problema de vivienda en alquiler. La ruina de los servicios se extiende a las infraestructuras viarias colapsadas. También a la oferta sanitaria pública, al transporte colectivo o al número de plazas escolares. Todo en un espacio limitado que no puede crecer hacia el mar.

La política tiene dos opciones. La primera es claudicar ante un crecimiento poblacional imparable y construir más casas, más hospitales, más carreteras, más aulas y hasta más pistas aeroportuarias para prestar servicio a la avalancha humana que se cierne sobre las islas. Todo bajo la espada de Damocles de una crisis económica, social o política que un día deje toneladas de hormigón y asfalto inútiles. La otra opción es limitar el aumento de la población... aunque nadie sabe cómo ponerle este cascabel al gato.