Cuando P. y su marido R. leyeron esta semana la noticia del estafador que reventaba casas para alquilarlas, observaron que era el mismo modus operandi con que habían sido estafados. También reconocieron las iniciales que aparecían en las denuncias de otros afectados, J. C. O., «un tipo que se presenta como un justiciero que quiere ayudar a madres con hijos», recuerda ella. La desesperación les llevó a confiar en él y adelantarle 500 euros para acceder a una vivienda.

Ella lleva siete años en la isla y trabaja en un establecimiento de comidas para llevar; él llegó en 2006 y se dedica a la jardinería y el mantenimiento de chalés (aportan la información detallada de las empresas). Sus problemas empezaron el pasado mes de enero, cuando el casero del piso en el que vivían en Santa Eulària, en la calle Sant Jaume, subió el alquiler de 900 a 1.500 al mes. Se les iba de presupuesto, ya que se fijan un tope de 1.200 euros. «Encontramos sitios que podíamos pagar, pero luego nos rechazaban al ver que íbamos con niños». «Fuimos a ver un apartamento en Cala Llonga y la propietaria luego dijo que no podíamos vivir cuatro personas en un sitio tan pequeño». Sus hijas, nacidas en Ibiza, tienen tres años y diez meses de edad.

«La educadora social nos llegó a aconsejar que no dijéramos que teníamos hijas cuando buscábamos piso», se resignan, «pero no tenemos por qué mentir». Un amigo les alquiló una casa hasta finales de mayo, pero, al llegar el verano, debían compartirla con temporeros si querían seguir allí. «No queríamos convivir con el tipo de gente que viene a pasar la temporada, porque tenemos dos hijas y nosotros ni tan solo bebemos». Pensaron en trasladarse a la península, pero ambos tienen trabajo aquí y ella está pendiente de ser operada en Can Misses. Desesperada, el 6 de mayo P. colgó un vídeo en redes sociales contando su dramática situación y en busca de alguna oportunidad.

J. C. O. se puso en contacto con ella. «Me dijo que él cobraba 3.000 euros por las casas, pero que, por tener dos hijas, me la iba a dejar por 500 euros». Al conocerlos, J. C. O. explicó al matrimonio que él tenía muchas viviendas que estaban embargadas y que no iban a salir a subasta hasta dentro de muchos meses, con lo que podían vivir allí durante un buen tiempo. También les detallaba que él había pernoctado tres días en cada uno de los inmuebles para garantizar que estaban vacíos y que podían dar su nombre si tenían problemas.

Periplo por tres viviendas

«Como no veía otra solución y estaba tan harto de buscar y de que nos rechazaran por tener hijas, aceptamos», confiesa R., arrepentido. «Pensábamos que, al final del verano, volveríamos a la normalidad», añade ella. Según explican, les enseñó una habitación en un chalé en Talamanca muy grande y que «ya tenía alquilado a diez socorristas». «Nos extrañó mucho ver fotos tumbadas que eran de una familia, parecía que esa casa no llevaba mucho tiempo vacía». Le explicaron que no querían compartir porque iban con las niñas, así que les hizo esta oferta: les garantizaba un lugar para dormir pero, si era una vivienda grande, se reservaba una habitación para alquilarla a otros inquilinos. «También dijo que, en unas semanas, volvería para cobrarnos otro pago», añaden.

Así fue como les entregó un apartamento en la urbanización de Roca Llisa. El segundo día, de madrugada, entró un hombre que decía que venía a buscar una nevera. «Empezó a gritar enfurecido que J. C. O. le dijo que esa casa la iban a alquilar por mil euros». Lograron echarlo y conocieron al jefe de seguridad, «que se portó de maravilla». Esa casa no estaba pendiente de subasta, sino que el propietario vive en Buenos Aires y hace cuatro años que no puede visitarla por motivos familiares.

«El jefe de seguridad nos puso un vigilante y una alarma, por si volvía un tipo como ese y porque vio que somos buena gente». «También nos dijo que no nos iba a dejar en la calle y que debíamos indicarle una fecha de salida».

Cinco días después, cuando, finalmente, J. C. O. contestó a sus llamadas, les llevó a una casa en el Port de Sant Miquel. Tampoco estaba embargada, como prometía el conseguidor. Al tercer día llegó la Guardia Civil con la dueña, una «señora encantadora». «Nos explicamos nuestras historias, ella no iba a esa casa desde enero porque vive en la ciudad y ya la visita poco desde que se quedó viuda». «No quiso denunciarnos», recuerdan.

De nuevo en la calle, fueron a la tercera opción que les había propuesto J. C. O., del que ya no tienen noticias, cuando le echaron en cara que era un estafador. Encontraron la llave bajo la piedra de la entrada de un chalé de Can Llaudis,como les había indicado. «No tenemos ni idea de en qué situación se encuentra esta casa, solo queremos contactar con los propietarios para pagarles». «No queremos ningún problema y esperamos encontrar un sitio digno donde vivir y pagarlo». «A saber a cuánta gente más habrá engañado», subrayan.