El sumario del 'caso Cursach' documenta la sumisión de la Policía Nacional al magnate, una connivencia que se sustanciaba según testigos en la propia Jefatura y con la participación de altos cargos del Cuerpo. En lugar de baldear la corrupción interna, la institución policial aprovechó una querella planteada por el dueño de la noche para destinar medios y efectivos ilimitados... a perseguir a quienes investigaban el escándalo.
La inhibición en cadena por causas jurídicas de magistrados decentes es otra muestra del rocambolesco planteamiento de transformar a los investigadores en criminales, para sortear la limpieza interna. La ausencia de un arbitraje judicial es lo de menos. La Policía puede continuar emitiendo atestados con formato de autos irrefutables, una indigesta ensalada de dictámenes constitucionales, de análisis procesales y de elucubraciones sobre la "orientación editorial" de la canallesca, con la excusa de una vulgar revelación de secretos. Tamaña erudición, filtrada puntualmente y al dedillo, suena tal vez desmesurada en una Jefatura incapaz de atrapar a un vulgar pirómano, pero es más entretenido secuestrar móviles de periodistas y espiarlos que enfrentarse a los criminales dignos de tal nombre.
La Policía es juez y parte del 'caso Cursach', pero solo juzga sin asumir sus culpas. A falta de saber cuándo dejará de saldar venganzas internas a costa del contribuyente a quien en teoría debe proteger.
