A principios de los noventa, Cañellas no solo ofrecía la imagen del único president del Govern que Balears había tenido y temido, sino del único que tendría jamás. El régimen absoluto que se denomina cañellismo, y que ningún otro president ha logrado individualizar, no procedía únicamente del ejercicio de un poder reafirmado con tránsfugas o UM. El liderazgo dependía de la sumisión integral de la sociedad, empezando por la docilidad de una izquierda resignada a la derrota perpetua. Solo así puede explicarse que tras el empate con Félix Pons en el debut electoral de 1983, el PSOE propusiera a candidatos franciscanos como Obrador o Triay, devorados por la maquinaria de un PP sin relación alguna con el desvencijado partido actual.

Cañellas era Balears. Ningún otro president puede aspirar a esa identificación mayestática sin bordear la bufonada, por mucho que José Ramón Bauzá proclamara en la sede del PP que "ellos se lo pierden", tras su derrota mayúscula de 2015. El primer president del Govern militaba en la liga de Rodríguez Ibarra, Bono o Jordi Pujol, que no eran líderes autonómicos sino mapas de sus regiones respectivas. De hecho, el cañellismo pervive en la política mallorquina a través de su seña de identidad más sobresaliente, el amiguismo. "En Mallorca nos conocemos todos", el legado del gran patriarca.

Las décadas de los ochenta y subsiguiente transcurrían en medio de una placidez amortajada, con directores de medios de comunicación que abandonaban felizmente cabizbajos una reunión con Cañellas porque "nos abronca, pero creo que en el fondo nos quiere". Sin embargo, la realidad se aceleró en la segunda mitad de los noventa. En solo cuatro años se amontonaron otros tantos presidents. Un carrusel formado por Cañellas, Cristòfol Soler, Jaume Matas y Francesc Antich. El vértigo fue desatado por una decisión con efecto retardado, la concesión del Túnel de Sóller a un amigo del president del PP.

Se insiste en que Aznar decapitó a Cañellas al mismo tiempo que emasculaba un jugoso puro habano, en el bautizo madrileño de la niña que había nacido en la clínica donde el presidente del PP fue atendido tras sufrir un atentado de ETA. Es una bella historia de padrinazgo siciliano, pero falsa. El verdugo del primer president de Balears fue Felipe González, aunque no tuviera intención de precipitar los acontecimientos. Agobiado en un debate en el Congreso por su casos de corrupción, el líder socialista arremetió contra su adversario conservador reprochándole que no tomara medidas respecto a su escándalo en Balears. El cañellismo quedaba sentenciado, el patriarca no podía ser "la piedra en el zapato" de la escalada aznarista. Faltaba encontrarle un sucesor al caído, porque el Túnel no había impedido que Cañellas obtuviera en 1995 la primera hegemonía en solitario de su currículum.

Ningún gobernante planetario ha pasado en un mes de la victoria por mayoría absoluta a la dimisión por corrupción, así de dramático fue el desplome de Cañellas tras una auditoría interna del PP. Por eso lloraba Rosa Estarás. Por eso, y porque no podría sucederle. "Mírala, qué guapa es", exclamaba su progenitor político en un mitin. Tampoco logró el trono Joan Huguet, menorquín. Al margen del dedo todopoderoso de su predecesor, nadie sabe exactamente cómo llegó Cristòfol Soler al Consolat, el único president de Balears que nunca ha sido cabeza de lista en unas autonómicas. Era el administrador con manguitos de las austeras cuentas autonómicas de Cañellas desde el 83, un conseller imberbe que no cumplió con la mili. Su evolución actual al independentismo no es un desvarío, y sirve para iluminar el extraño abanico de un cañellismo que cubría desde Franco hasta Puigdemont, ambos inclusive.

El Consolat fue para Soler un agobiante Fort Apache, donde los indios circundantes militaban en el PP. La historia de Mallorca hubiera sido distinta si el segundo president hubiera impuesto su nacionalismo y ecologismo, así que Mallorca lo aplastó. Con perspectiva, resulta meritorio que aguantara un año en el cargo. Sus marcas resultan hoy heroicas, aunque incomprensibles hace un cuarto de siglo. Fue el único presidente popular abucheado por los propios militantes del PP, en el multitudinario mitin de 1996 con Aznar camino de La Moncloa. La estelar Norma Duval debió escandalizarse de que un sector situado a la izquierda del escenario de Son Moix prorrumpiera en gritos y pitidos, mientras intervenía la primera autoridad de Balears.

Soler no ingresará en los anales por los cambios que le vetaron, sino por haber nombrado un Govern que no llegó a tomar posesión. Simbolizado para la posteridad en la cartera de Turismo para Ina Martínez, el president era obligado a dimitir el mismo día en que los efímeros nombramientos aparecían en el Boletín Oficial de la Comunidad. Lo que Cañellas le dio, Cañellas se lo quitó. Queda para los contrafactuales el análisis de la hipótesis de que el defenestrado se hubiera opuesto a la cacicada, y se hubiera atrincherado en el Consolat. Quedó extenuado al final de camino. Ha sido el president más breve y progresista de Balears, incluidos los dos socialistas. Llegó y se fue antes de tiempo.

Cañellas seguía manejando la comunidad. Tenía un nuevo juguete, al que después calificaría como "el mayor error de mi vida", tal vez su frase más recurrente. El digitado se llamaba Jaume ­—cambió el DNI­Matas y era tecnócrata. Mallorca apenas lo conocía, más allá de su papel subsidiario a las órdenes del torrencial conseller Alexandre Forcades, y su elevación a la conselleria en la revolución de los PNNs de 1993. Matas empezó mal y ha acabado en la cárcel. Su comienzo lo consagra como el único president que se vio rechazado en la investidura por dos diputados de su propio partido, lo cual le obligó a una segunda vuelta en aquel verano de 1996. La ceremonia de su entronización junto al titiritero Cañellas remitía a un golpe de república bananera.

Matas evitaba ser fotografiado junto a Cañellas en los años del juicio del Túnel de Sóller. Se presentó como regenerador, sin atacar a su predecesor. Había llegado al Consolat mediante la traición, a la mañana siguiente de jurarle lealtad "a tus órdenes" a un Soler que lo había degradado de Economía a Agricultura en el Govern abortado. Desembocó en las elecciones de 1999 con el primer conato de corrupción de Formentera, después se vería envuelto y absuelto en Bitel y Mapau. En su primer mandato, tanto el espionaje de la oposición como el inflado del censo de Formentera tenían por objetivo mantenerse en el poder. El dinero vendría después.

Mientras Matas trabajaba para perpetuarse, el degradado parlamentario raso Cañellas se hallaba en una languideciente sesión parlamentaria, cuando observó y comentó que "estos socialistas han encontrado a un líder". Se refería a un semidesconocido Francesc Antich, por lo que puede concluirse que el primer president ha sido el descubridor de todos sus sucesores. Formentera se volcó contra el PP en las autonómicas de 1999 como una Fuenteovejuna insular, el desquite por el insulto de los emigrantes argentinos del censo. Los populares se quedaron en 29 diputados, a uno de la mayoría absoluta. Decidía Maria Antònia Munar, que se vengó de su expulsión del Govern a instancias de la señora Cañellas, para que purgara un reportaje con despliegue gráfico en una revista femenina.

Munar extendió a la comunidad el Pacto de Progreso que ya venía funcionando desde 1995 en Mallorca. El caraqueño Francesc Antich se convertía en el primer president venezolano de Balears, el cuarto de la ruleta. Con la perspectiva del ajustado 30 a 29, no puede extrañar que el alcalde de Algaida se convirtiera en el mandatario que fumaba demasiado. Estuvo bien flanqueado por Eberhard Grosske y por un Pere Sampol todavía no dominado por el resentimiento. En su primera lista parlamentaria debutaba la veinteañera Francina Armengol, con más poder del anejo a su cargo.

La relación de personalidades progresistas de Balears que se negaron a participar en un Pacto frágil supera en aristocracia a los integrantes del gabinete. López Casasnovas, March,... Algunos se arrepintieron y raptaron su conselleria por las bravas, como Mateu Morro a costa de Joan Mayol. Balears se colocaba en vanguardia, con un pacto de izquierdas que prefiguraría los tripartitos de Pasqual Maragall y de Zapatero. Y con la primera conselleria en manos de una ecologista, Margalida Rosselló, a la que se culparía unánimemente de la derrota en 2003 por haber limitado las tumbonas en Formentera. Antich nombró incluso a un conseller del PP, el hoy ciudadano Joan Mesquida.

La precariedad del Govern que también impuso la paridad se refleja en un nombramiento al grito de "lo siento, pero has de coger esta conselleria porque no tengo a nadie". Aquel ejecutivo también implantó, bien que a regañadientes, la ecotasa pionera. Conviene recordar que el presidente de los hoteleros de la época asistía accidentalmente a la toma por la fuerza del ayuntamiento de Son Servera. La denominación de Junta Hotelera no era una exageración, sino que subestimaba la conflagración militante. Como reconocería el gigante Miguel Fluxá poco después del retorno del PP, "algo teníamos que hacer". Y vaya si lo hicieron.

Mientras Mallorca se habituaba a no ser una sociedad solo de derechas, Aznar explotaba su mayoría absoluta para obligar al Govern a aceptar las transferencias de Sanidad. El saliente Matas había arrastrado su decepción, hasta que en 2000 entró como primer ministro varón de Medio Ambiente en el gabinete del PP. El expresident invitaba a Munar al Coto de Doñana donde, rodeados de naturaleza y de guardias civiles, le explicaba a su princesa que "entenderás que no tengo ninguna intención de regresar a la política mallorquina". Sin embargo, sus propósitos no coincidían con la agenda de su jefe de filas, que ni le dirigía la palabra cuando coincidían en un Foro Formentor.

Aznar decide en 2003 que Matas es superfluo, y lo obliga a disputar las autonómicas. La campaña del PP empezó con un descomunal despliegue económico, que los ciudadanos de cualquier ideología descubrirían más tarde que pagaban a escote. Sin embargo, el derroche de unos actos con la liturgia estadounidense no ocultaba el desaliento del tándem formado por los hoy irreconciliables Matas y Estarás. Salieron a perder, y obtuvieron la mayoría absoluta. Incluso la dote de Raixa pagada a Munar fue excesiva, la presidente de UM fue enclaustrada en el Consell. Empezaba la legislatura de la gran corrupción, de Rodrigo de Santos, de Urdangarin, del Cola Cao, de numerosos casos que todavía permanecen en la fase de tramitación judicial.

Sin embargo, cuando la legislatura 2003-2007 se examina en sí misma, aparece como un remanso de paz. Mallorca volvía a ser de derechas, se imponía la lógica de los acontecimientos. La entrega al Parlament de las facturas del prostíbulo moscovita Rasputín transmitía en realidad una exhibición de poder, solo faltaría que tuvieran que pagarse las prostitutas que saciaban sus desvelos públicos. Se entronizó la frase "no podrás encontrar trabajo en la isla". Sin embargo, Matas y Munar se autodestruyeron para dar rienda suelta a su enemistad, estaban dispuestos a suicidarse con tal de aniquilar a su rival.

A nadie le importaban demasiado los sucesos simultáneos en el PSOE, con Antich emigrado al Madrid del zapaterismo. Cada año, en el debate del Estado de la autonomía, una diputada socialista subía a la tribuna para inundar de imprecaciones al inmutable Matas. El coraje de Armengol contrastaba con la cursilería prepotente de su rival. Los socialistas se lo devolvieron con la humillación de apartarla de la candidatura que se había ganado a pulso, para conceder una segunda oportunidad al expresident boquiabierto. El viernes anterior a las elecciones de mayo de 2007, el president Matas levantaba los dedos índice y corazón en un signo churchilliano que no solo pronosticaba la victoria, sino que la fijaba numéricamente. Dos dedos, 32 diputados. Se quedó en 29, a merced de una Munar que lo hubiera destrozado con sus propias manos.

Antich necesitó medicamentos para superar la primera depresión postpacto, y ahora se disponía a encabezar la segunda manga, urgido por Bartomeu Vicens ante la indecisión del socialista. Sin la diabólica ecotasa, con el servilismo hacia los hoteleros que inspiraría la frase del gran patrón, "nos dan todo lo que les pedimos". La desmedida corrupción del PP facilitó la singladura pero, al advertirse que UM padecía la misma enfermedad en fase terminal, los bandazos sacudieron la alianza. Ahora bien, ninguna de las circunstancias regionales tuvo la menor influencia en el desastroso final. Por culpa de la crisis mundial que Zapatero afrontó desde la derecha, las autonómicas de 2011 iban a ser un paseo triunfal del PP con cualquier candidato. Y los populares habían encontrado su candidato cualquiera.

Estarás había huido en las europeas de 2009 a la Bruselas de Puigdemont, y por el mismo motivo. Ganaba la libertad y la fortuna, mientras sus compañeros de Govern acumulaban penas de banquillo y de cárcel. Antes de marcharse, viajó a Madrid en compañía del apuesto alcalde de Marratxí. Al llegar a Génova con el farmacéutico José Ramón Bauzá a cuestas, la vicepresidenta de Matas transmitió la consigna de que "a éste cuidadlo bien". Un mitin de Rajoy en Marratxí orientó el desenlace, el sparring Carlos Delgado no daba la talla. Ninguno de los contendientes milita ya en el PP.

No hay quinto malo, pero Bauzá fue peor. Obseso del dinero, compatibilizado judicialmente con la farmacia, vendió a los regionalistas que le habían encumbrado. Los cien mil manifestantes del TIL en su contra del TIL anunciaban el despido antes que la despedida. Ningún político español ha atraído una repulsa personalizada de magnitud semejante. Obtuvo el mejor resultado de la historia del PP cuando no era conocido, y el peor en cuanto se le vio funcionar. Es el único de los seis presidents odiado homogéneamente por todas las fuerzas del espectro. Incluido Ciudadanos, que acaba de ficharle. No es de extrañar que haya reclamado el pasaporte riojano. Bruselas le concederá el mejor sueldo de su carrera de jura de bandera diaria.

Bauzá en Palma y Rajoy en Madrid garantizaban una victoria de la izquierda en 2015. Para esas fechas, Antich dormitaba en el Senado después de convertirse en el segundo president más longevo del Consolat sin dejar rastro. Su milagro político consiste en formar dos cuatrienios con un apurado 30 a 29. Solo este negociador de madrugadas llenas de humo podía lograr un milagro paralelo. Su heredera Armengol iba a gobernar con el peor resultado del PSOE en nueve elecciones autonómicas. Tras desembarazarse con asombrosa facilidad de los pueriles Més y Podemos bajo la batuta de Antonio Diéguez, empezó creando el Govern de las mujeres para acabar difuminada en el nirvana de la continuidad automática, como si no hubiera vivido desde la presidencia del Consell la catástrofe de 2011. Es la única titular del Consolat, junto a Cañellas, que se ha presentado a elecciones autonómicas y nunca las ha perdido. Su fecha de caducidad está entre una semana y cuatro años. El domingo se decide si cabe empezar a hablar de armengolismo, o si se corona al séptimo presidente de Balears.