El futuro será ecológico o no será. El mundo no puede permitirse una agricultura y una ganadería que sean más destructivas que efectivas. Producir con el máximo respeto hacia el planeta Tierra permitirá que las generaciones futuras sigan cultivando.

Existe un inquietante libro de la escritora noruega Maja Lunde. Se titula Historia de las abejas. Narra tres situaciones que suceden en distintas épocas, desde mediados del siglo XIX hasta finales del XXI, y el países distantes, del Reino Unido a China. La del futuro transcurre en un mundo distópico en el que la desaparición de las abejas obliga a los humanos a polinizar a mano los cultivos. Es una cuestión de supervivencia.

Es posible que el consumo de productos ecológicos sea una moda igual que los tatuajes hoy o los pantalones de campana en los años 70. Quizás algunos paladares diferencien el sabor acentuado de un tomate cultivado como siempre frente al insípido nacido a destiempo en un invernadero. No importa. Lo esencial es que estamos ante una necesidad, una urgencia para conservar el planeta.

Balears está en primera línea en consumo de productos ecológicos. Tanto que es necesario importarlos de fuera. De la península y de Italia. Y aquí aparece la primera contradicción. Una lechuga, aunque haya tardado tres meses en estar lista para la recolección frente a uno solo que necesita la de invernadero, deja de ser ambientalmente sostenible si hay que transportarla cientos de kilómetros desde el productor hasta el consumidor.

El ecologismo debe seguir avanzando en todos los campos. Pero también debe limar las contradicciones innatas a todo cambio. Igual que la energía solar no puede llenar de placas los campos y tejados mallorquines, la agricultura ecológica tiene que ser de proximidad.