En Palma brotan como setas los chiringuitos financieros. Eso significa que los pequeños préstamos son un negocio boyante.

Cada vez que entro en mi banco me ofrecen un crédito que no necesito. Antes hacía cola para hablar con un cajero con rostro humano. Ahora sigo esperando turno, pero es para relacionarme con una máquina de nombre Cajero y apellido Automático. A veces, en un alarde de internacionalismo, se llama Cash Point. Voy poco a la oficina porque los banqueros actuales detestan mirar a los ojos a sus clientes. Prefieren que sea el parroquiano quien les observe, solo un poco, a través de una pantalla. En cambio me llenan el móvil y el correo electrónico con propuestas para que acepte su dinero a cambio de un interés que, supongo, aporta un pingüe beneficio para los accionistas.

El crédito hipotecario ronda el 5% de interés. Una rentabilidad muy alejada de aquellos que se firmaban al 16% a finales de los años 80. En los chiringuitos que inspecciona el Govern se ha detectado un préstamo al 151%. Brutal.

Son buitres en busca de personas indefensas. Familias que atraviesan una difícil situación económica y a las que los bancos no prestan dinero. Los créditos con rentabilidades de dos o más dígitos son una soga al cuello que se aprieta cada día un poco más.

El Govern debe actuar con dureza contra los abusos. La usura se persigue en España desde 1908. La llamada ley Azcárate anuló todo "interés notablemente superior al normal del dinero y manifiestamente desproporcionado". El Tribunal Supremo creó jurisprudencia al condenar a una entidad que aplicaba un interés de 24,6% .

El camino contra la usura está marcado. Solo falta voluntad para seguirlo.