Lo extraordinario sería que, en las condiciones y dentro de la coyuntura actual, Balears alcanzara la autonomía económica. De ser así, estaríamos ante un fenómeno de tintes paranormales.
Antes que lamentarse de la excesiva dependencia exterior de la economía de este archipiélago, resultará más rentable asumirla y, si acaso, comenzar a invertir en cambios de modelos de gestión por si acaso algún día se presenta la oportunidad de soltar amarres. Mientras, no puede extrañar que la desaceleración económica prevista para este año se mantenga en la órbita del entorno más próximo. La CAEB rebaja el crecimiento previsible para 2019 hasta el 2%, el BBVA lo sitúa en el 2,2 y el Govern, siempre más optimista, se atreve con un 2,7%.
Queda muy poco margen de maniobra. Prácticamente se está en un círculo cerrado. La confederación empresarial se lamenta de que los salarios sigan subiendo mientras la productividad baja y aumentan los impuestos, pero al mismo tiempo admite que la desaceleración a la vista tiene su fundamento en la bajada del consumo en los hogares y una menor demanda de servicios vinculados al turismo. Menos mal que la inversión aguanta gracias a una construcción que sin embargo no puede ser un filón inagotable. Aún queda la enorme incertidumbre de un Brexit que acrecienta su incógnita a medida que se aproxima. En estas condiciones, la economía balear seguirá nutriéndose en exclusiva del exterior.
