Pablo Iglesias forma parte de una minoría. Política, sí. Y también de otra más exigua: la de los hombres que se toman la baja para cuidar a sus hijos recién nacidos.

Siglos, milenios de discriminación entre hombres y mujeres no se liquidan en unas décadas de lucha. La historia es cruel en este aspecto. Los teólogos cristianos llegaron a discutir sobre la existencia de un alma femenina. Otros sostuvieron que estaban excluidas de la resurrección porque los cuerpos renacerán íntegros, por tanto Adán recuperará la costilla de la que nació Eva y la mujer no conocerá la vida eterna. Es retorcido, pero hay más.

El adulterio femenino se castigaba con la muerte en algunos países. Al hombre se les permitía todo. Incluso a los eclesiásticos, teóricos garantes de la moral católica. La esterilidad se atribuía íntegramente a la esposa, inclusive cuando era evidente la impotencia masculina. La ablación le niega aún hoy el derecho al placer. Hubertine Auclert, pionera del movimiento feminista, increpó en 1880 a unos recién casados con estas palabras: "La mujer es igual al hombre y no le debe obediencia". Fue detenida y diagnosticada de "locura histérica", según recoge el historiador francés Gérard Vincent en su entretenida Historia de la humanidad contada por un gato.

El dramaturgo Pierre de Marivaux escribió La colonia donde pone en boca de una actriz esta frase: "El matrimonio que se celebra entre el hombre y nosotras debería hacerse también entre su pensamiento y el nuestro... respecto a lo de jefe de familia, dejémoslo de lado, aquí hay dos jefes, yo soy uno y vos el otro, por lo tanto estamos a la par". Quedó dicho en 1750. Cada uno puede deducir cuánto se ha avanzado. La información de esta página pesa en el lado negativo de la balanza.

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