Corría el año 2006 y estaba a punto de inaugurarse el nuevo edificio terminal de Son Sant Joan. Cada vez que se preguntaba al arquitecto Pere Nicolau sobre el gigantismo de las instalaciones, contestaba con una metáfora: "Yo pongo las velas, los vientos los ponen otros". O lo que es lo mismo, no se puede tener un aeropuerto como el de León y prestar servicio a los 29 millones de pasajeros que el año pasado usaron las instalaciones palmesanas.

En los 22 años transcurridos desde que Rafael Arias-Salgado, primer ministro de Fomento de Aznar, inauguró la obra, Son Sant Joan ha puesto parches para adaptarse a los vientos que soplaban en el transporte aéreo. Se construyó una zona específica para vuelos interinsulares para acortar los recorridos por los pasillos del edificio terminal. Se diseñó una zona que rompía con la estética del plan director para que Air Berlin se sintiera a sus anchas en el centro de conexión de vuelos -'hub' en jerga aeroportuaria-, hasta que la compañía que aleccionaba a los mallorquines sobre su voto se fue al garete con su 'hub' y su puente aéreo entre Mallorca y Alemania.

El edificio también fue remodelado para convertirlo en un inmenso centro comercial en el que ya no importa a dónde vuelas si no cuánto consumes.

Ahora Son Sant Joan prepara un nuevo estacionamiento exprés en salidas similar al que ya funciona en la zona de llegadas. También elabora planes de adaptación por si al final se impone el brexit duro. Sigue poniendo velas a medida que cambian los vientos. Lo que no están dispuestos a darnos los gestores de Aena es lo que se anunciaba en el proyecto inicial: un aeropuerto amable y acogedor gracias a los jardines que iban a rodear los edificios.