—Para que se haga cargo del tipo de entrevista: "¿Emplea la cocina para digerir la literatura?"

—El enlace entre comida y creación es eterno, desde el hambre del Buscón de Quevedo a Vázquez Montalbán o Laura Esquivel. Sin ser buenas cocineras, mi generación no lo magnificaba. En cambio, nunca se había hablado tanto de cocina y se había cocinado tan poco como hoy.

—¿Una receta es más fácil de vender que un relato?

—Las recetas son un pretexto para la lectura de los cuentos, aunque me da rabia que un libro de relatos se haya convertido en uno de cocina.

—Donde esté la coca de verdura con jonquillo de su libro, que se quite la pizza.

—Por supuesto. No soy chovinista pero, sin menospreciar a lo ajeno, no entiendo que aquí comamos pizza y no coca de verduras. Las ensaimadas y los croasanes conviven mejor.

—Usted aspira a distinguirse.

—No, mi filosofía es que cada día admiro más a las personas anónimas. Ocurre que a partir de una operación de espalda estuve inmóvil un tiempo, y empecé a escribir. Climent Picornell fue mi primer editor.

—Su evocación del Cine Moderno sabe mejor que su Campari con zumo de naranjas.

—Funcionamos a partir de la sinestesia, en que un sabor nos evoca el ambiente en que lo descubrimos. El Moderno estaba junto a la Casa de Socorro, en un edificio modernista sin pretensiones, y está unido en mi recuerdo a una tía abuela tan avanzada que me recomendaba La Regenta.

—¿Qué receta le protestarán los ortodoxos?

—Me discutirán el postre de las "islas flotantes" de clara de huevo sobre crema, que es una receta traída de Puerto Rico por los mallorquines allí emigrados.

—¿Los ricos comen mejor que los pobres?

—No tiene por qué haber diferencia. Defiendo que la buena cocinera se pregunta "¿hoy qué haré?" Abre la nevera, y con cuatro cosas improvisa unas sopes d'estiu.

—¿Qué restaurante cumple con sus recetas?

—Me gusta poco comer fuera de casa, me he vuelto tan impaciente. En Palma el Celler Payés, en Cala Rajada vamos en verano a Son Jaumell, donde el trabajo merece alabanzas aunque no soy partidaria de las mezclas de porcella con sabor de ensaimada. Y la oferta barcelonesa, cuando visito a mi hija, guarda una gran relación calidad/precio.

—¿Su Palma clásica votará a Fulgencio Coll de Vox?

—La Palma que yo conozco era muy fiel hasta ahora al PP. Le votaban malgré tout, les daba igual la corrupción. Al disponer de una alternativa, existe el peligro de que se pasen a Vox, lo cual me horrorizaría. En estos círculos se habla de dicho partido como si fueran los salvadores, se enmarcan en una corriente europea de radicalismo. Da miedo.

—¿Todavía puede encontrarse el erotismo en unos pies desnudos, como en uno de sus relatos?

—Ya no. La sexualidad explícita por todas partes ha llevado a una falta de sensualidad. No se disfruta del proceso hacia el punto álgido del sexo, se entra a saco. Hemos pasado del valle de lágrimas en que se nos educó a la discoteca perpetua, el sexo fácil de internet hace que la gente crea que tiene derecho a acceder a otro cuerpo.

—¿Cuál es la peor perversión de la cocina mallorquina?

—Esa sobrassada que se vende, con sus nudos de grasa, y el pan precocinado.

—¿Todavía tiene el cerebro lleno de mariposas?

—Sí, pero me ayuda a huir de la realidad de la vida cotidiana, me desliga de un entorno hostil. Soy una disfrutona.

—¿Envidia a las nuevas generaciones de mujeres?

—Mucho. Mi madre murió cuando yo tenía quince años, y mi padre militar decidió que mis tres hermanos varones estudiarían carrera, porque "la niña saldrá del colegio". Me apunté al Bachillerato nocturno, hice las oposiciones con tres hijos. Y conste que le debo a mi padre un carácter independiente y vital.

—Pero su generación cocina mejor.

—Por supuesto, con las prisas de la vida que llevan ahora, no pueden cocinar a diario.

—¿Una mallorquina dejó a su marido tras escuchar 'L'elisir d'amore'?

—Forma parte del mundo de la fantasía, pero a menudo tienes una decisión madurada y solo necesitas un resorte para dar el salto. Puede ser un aria operística o el paso de un avión por el cielo.

—"Una casa en la que no se cocina se convierte en una tumba", es de usted.

—Es un riesgo real. El olor a cebolla sofrita que recibía al niño al llegar a casa le prestaba calidez al ambiente.